El socialismo es la envidia después de enrollarse con la burocracia. Y es un misterio. Jamás ha solucionado ninguno de los problemas que prometió resolver y, sin embargo, insiste en sus recetas con la tozudez de un tradicionalista, pero sin su atino, y a menudo sin sus lecturas. Lleva siglos prometiendo arreglarte la vida con tu propio dinero y finalmente, se lleva la pasta, y deja las cosas peor que estaban. Pero aun así, para los que deberían ser, aún son pocos los que piden la hoja de reclamaciones.
La buena noticia es que las nuevas generaciones del socialismo español no son socialistas. Decir que Pedro Sánchez es socialista es como decir que yo soy ginecólogo. Algo he oído hablar del asunto, pero con toda honradez, no te recomiendo que vengas a mi consulta. Lo único que podría hacer socialista a Sánchez es una cierta adicción a la envidia, pero ni eso, que a fin de cuentas es un tipo que todo lo que sabe de la clase trabajadora es que, si vas a verlos a la hora del bocadillo, podrían mancharte el traje. Observación perspicaz, quizá, pero no -cómo decirlo- genuinamente proletaria.
Sin socialismo, lo que queda es una izquierda identitaria aburridísima pidiendo a gritos soluciones a problemas que nadie tiene. Y la compra de votos. Y ahí es donde Sánchez acaba de ponerse a trabajar. Hace unos meses intentó comprar a los escritores y le salió mal, porque hizo el anuncio a una hora en la que la mayoría estábamos durmiendo o buscando desesperadamente las píldoras contra la resaca. Incluso para ir de compras, debes antes conocer el producto.
El problema del socialismo revisitado de Zapatero y Sánchez es que gastan con la alegría de un borracho, pero a la mañana siguiente el dolor de cabeza lo tenemos todos los demás
Ahora intenta comprar a los jóvenes y a los artistas con un bono cultural de 400 euros. Me muevo entre dos aguas. Admito que, si la mayoría de los jóvenes dedican los 400 pavos a comprar mis libros, podría hacer la vista gorda sobre mis principios. Si los dedican a ver películas de aquel chico que cantaba Groenladia en los 80 y luego lo estropeó todo, mis principios emergen con virulencia. Y algo me dice que se harán largas colas para ver el tradicional surtido de tetas intelectuales del cineasta manchego antes que en la entrada de las librerías. Y algo nunca se equivoca.
Al final, siempre terminan empleando las recetas de Zapatero. Para los que lo hayan olvidado, fue el presidente más bobo de la Historia de España, y dejó el país a la altura de sus inquietudes intelectuales. Lo único que hizo bien es el mal. Recurrir a sus bonos, a sus Plan E y otras ideas brillantes, es una forma bastante eficaz de volver a dejar España como un solar.
El problema del socialismo revisitado de Zapatero y Sánchez es que gastan con la alegría de un borracho, pero a la mañana siguiente el dolor de cabeza lo tenemos todos los demás. Por otra parte, aunque dominan el arte del despilfarro, jamás han generado un maldito euro para los españoles, sin haberles quitado seis antes.
Alguien me dirá que, si van a tirar el dinero, mejor es que lo arrojen al pozo cultural, y no que lo dediquen a financiar secesionismos, observatorios, o cambios de sexo, que son las tres maneras que tiene el socialismo moderno de reactivar la economía. Y es cierto. “Al menos”, me decía un músico hoy, “no se lo gastan en putas como en Andalucía”. Visto así, demos gracias a Dios también por las suculentas partidas destinadas a frenar el cambio climático, porque al menos ese dinero no irá destinado a financiar, no sé, el tráfico de hachís. Pero recuerdo con melancolía aquella época en que aún creíamos que el Gobierno estaba para resolver problemas, no para crearlos.
Con la pandemia ha crecido este sentimiento. Y es un sentimiento bastante profundo, quizá porque nace de la desesperación de muchas personas a las que han arruinado. Una voz que le dice al Gobierno “no me des nada. Solo te pido una cosa: déjanos en paz”.
A propósito. Estaré firmando bonos culturales la semana que viene en Fnac Callao.