Me remito a la conocida imagen bíblica para indicar lo que los economistas (los rabinos de nuestro tiempo) llaman «coyuntura». La consideran oscilante, como algo inevitable. Es decir, en la sucesión cronológica se alternan fases propicias y otras adversas. La sucesión se establece al tresbolillo, un tanto al azar.
En la economía española, la segunda mitad del siglo XX fue una época dorada o de esperanza. En cambio, la «vividura» del siglo XXI está siendo aciaga. La cosa se empezó a torcer con la crisis financiera de 2008. Siguió la pandemia del virus chino (2020-2022) y se remató con la actual crisis de la inflación, que no ha hecho más que empezar.
La fase de las vacas flacas dura ya tres lustros para los sufridos españoles. La situación se agrava porque la postración económica coincide con Gobiernos harto ineficientes. La política común de ellos ha sido la de aumentar sistemáticamente los impuestos para ampliar un sector público con escasa productividad y multiplicar las subvenciones con propósitos electorales. Es el equivalente hodierno de los duros de plata que se gastaban los caciques de antaño, cuando tocaban los comicios. La combinación de ese gasto público poco productivo es la inflación desmesurada. Recae, especialmente, sobre los estratos que tienen poco que vender; por ejemplo, los pensionistas.
No se habla mucho de los desastrosos efectos económicos de la reciente pandemia. Ni siquiera se han contabilizado bien los fallecidos por esa causa. Hay más desinformaciones. Hace una semana, el The New York Times presentó una demanda a Ursula von der Leyen por borrar los correos mantenidos entre la Comisión (Gobierno) de la Unión Europea y los laboratorios estadounidenses, fabricantes de las vacunas más difundidas. Se trata de una flagrante conculcación del principio de la transparencia en este asunto de contratos públicos por muchos millones de euros. Más grave aún es que no se haya conocido ninguna prueba científica de la idoneidad de las vacunas o de las mascarillas. En todo el mundo, la pérdida de vidas humanas por mor de la pandemia asciende a varios millones. El cálculo, siempre aproximado, equivale a una mordedura por una III Guerra Mundial.
Parece que se ha interrumpido la secuencia ondular de los siete años de vacas flacas y otros siete de vacas gordas. Esto es, nos alojamos en un permanente rezago económico, al menos, en España. No se vislumbra ninguna perspectiva de mejora. Lo más probable es que, tras las próximas elecciones, continúe el mismo Gobierno u otro parecido. Se verá que la participación electoral será la más baja de la época democrática.
Lo peor es que el actual estancamiento económico lleve a una atonía política, en el más amplio sentido. En España, no existe un Ministerio de Fomento porque no se promueven grandes obras públicas. En su lugar, se propaga la «agenda urbana», que nadie conoce bien su significado. El Ministerio de Cultura es solo una oficina para tramitar subvenciones destinadas a los vasallos del Gobierno. El Ministerio de Universidades no se sabe a qué se dedica. Hay otros Departamentos tan esotéricos como los enfocados hacia la «memoria democrática» o la «transición ecológica». Como se comprenderá, con esta alta burocracia, difícilmente, vamos a conseguir un desarrollo «sostenible». Las vacas flacas seguirán escuchimizadas. La razón es de psicología colectiva. Con el panorama descrito, será difícil hacer prosperar la necesaria mentalidad del esfuerzo. Ahora, predomina su contrario: la del disfrute. El ideal de la propaganda, que todo lo invade, es que los españoles sean los máximos consumidores de nuestra economía turística. No se repara en un dato fundamental: esa oferta la mantienen muchos otros países, algunos con precios muy arreglados.