«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La brutalidad de Occidente contra Putin

24 de febrero de 2022

La única pero definitiva aportación de Joe Biden a la seguridad mundial se produjo el pasado 20 de diciembre. Llegado el gran día, con las mejores galas en la Oficina Oval, y flanqueado por Kamala Harris, el secretario de Defensa y el presidente del Estado Mayor, Biden firmó una orden ejecutiva que cayó como un jarro de agua fría en los enemigos de América: el final de la prohibición de que los transexuales sirvan en el ejército. Esa misma noche, Putin, enterado de la noticia, sopesó seriamente seguir los pasos que dio Hitler en su búnker el 30 de abril de 1945, pero el miedo le paralizó de tal manera que ni siquiera fue capaz de llevar a cabo sus planes.

También la Unión Europea ha estado implementando medidas que mantienen en estado de ansiedad a Putin, a Xi Jimping, y a todos los enemigos de Occidente. En particular, el ruso y el chino atraviesan una depresión severa desde que el Consejo Europeo aprobó la Ley del Clima. Tal es la melancolía de ambos mandatarios, que fueron incapaces de acudir a la Cumbre de Glasgow, donde Europa siguió ahondando en la apuesta por una energía más verde que el emoticono con náuseas de WhatsApp, a costa de expoliar a los contribuyentes y depender cada vez más del gas ruso.

En esta escalada de beligerancia contra Rusia, es paradigmático el caso de Alemania, país verde como un chiste de Ozores. Allí las energías renovables cubren la friolera de 10% del consumo total, el resto de la friolera consiste en evitar la friolera con gas ruso, y con lo poco queda de la energía nuclear y el carbón alemán que están eliminando con ahínco, provocando así escalofríos en el Kremlin.

No contento con esta exhibición de fuerza, Ursula von der Leyen señaló hace poco cuál era el mayor objetivo de la UE: “ser verde y feminista”. Al escucharla, Putin hubo de refugiarse en el vodka para salvar su vida. Pocos días después, en medio de la brutal pandemia que puso en circulación China, la presidenta de la Comisión Europea señaló que la gran amenaza del Viejo Continente era Polonia, que no tiene cabida en la UE, por ser un país homófobo, lo cual a punto estuvo de acabar también con la vida Xi Jimping en un ataque de nervios, ante esta capacidad de Ursula para identificar e interceptar las mayores amenazas potenciales para Europa.

Cuando, atenazado por el miedo, Putin comenzó a moverse por la frontera, Biden, Borrell, y otros temibles guerreros de Occidente, le amenazaron con graves consecuencias si decidía reconocer las repúblicas del Donbás. De hecho, Biden se pasó diez días anunciando que Rusia estaba a punto de dar el paso, o bien instándole en público a hacerlo, quizá como una astuta añagaza para pillarlo después con las manos en la masa. El presidente americano no desaprovechó la ocasión para desvelar sus planes secretos, admitiendo que, si la invasión era con la puntita nada más, Estados Unidos no haría nada.

En el Kremlin causaron tanta conmoción estas intimidaciones, que decidieron incrementar el envío de tropas a la frontera. El régimen chino, igualmente aterrorizado, aprobó la operación. Y ya, cuando Alemania anunció con solemnidad que suspendía la certificación del gasoducto Nord Stream 2, Putin se dio cuenta de que había perdido el pulso, la guerra, el honor, y el paquete de tabaco. Como muestra de su extremo aislamiento y debilidad, decidió atacar Ucrania, no las regiones separatistas del Este, sino bombardear hasta la mismísima capital.

Los líderes de Occidente, haciéndose cruces pensando en lo que deben contaminar esas bombas, pactaron entonces sanciones contra Rusia. El canciller alemán fue el más duro, calificando de “grave error” la decisión de Putin de empezar a asesinar ucranianos, lo que hizo sospechar al mandatario ruso que tal vez, en efecto, se había equivocado, quedándose otra noche más en duermevela, preso de la preocupación.

Como no podía ser de otra forma, tanto la OTAN como los Estados Unidos se han apresurado a anunciar que atacarán salvajemente a Rusia y, como primera medida, se han comprometido públicamente a que no llevarán a cabo ninguna acción militar.

Al fin, con Putin contra las cuerdas dependiendo solo de los chinos, con quienes cerró hace poco “el acuerdo energético del siglo”, la alcaldesa socialista de París, en una muestra apabullante del ardor guerrero que demuestra bien la determinación de la alianza occidental en el momento geopolítico que atravesamos, tomó una medida feroz, iracunda, desproporcionada, algo que tal vez pueda llevarle a los tribunales por crímenes de guerra:  iluminar la fachada del ayuntamiento con los colores de la bandera ucraniana. Espeluznante.

Por lo demás, encender hoy el telediario es como el tristísimo despertar de un sueño lleno de unicornios rosas.

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