La institución del Parlamento o las Cortes aparece en la Edad Media, todavĆa con un sistema estamental. A partir del siglo XIX se instalan los parlamentos liberales con partidos polĆticos. En la EspaƱa de hoy, mantenemos esa tradición, sólo que con algunas variaciones de interĆ©s. No siempre son acertadas. Importa mucho revisarlas, pues el rĆ©gimen parlamentario vigente acusa ciertas anomalĆas, que convendrĆa corregir.
Tampoco hay que extraƱarse del carĆ”cter ficticio con que se disfraza el actual Parlamento (Congreso y Senado). Como escribiera Mariano JosĆ© de Larra hace dos siglos, Ā«(en Madrid) todo el aƱo es carnavalĀ»; no digamos en el aspecto polĆtico, tan dado a la escenografĆa.
En contra de lo que se pregona, en el Parlamento actual apenas se Ā«parlaĀ». Es decir, no se prodigan mucho los autĆ©nticos debates. En su lugar, se suceden estudiados monólogos desde la tribuna, muchas veces leĆdos. Tampoco resulta estimulante una continua improvisación, aunque siempre serĆ” mejor que la aburrida lectura de unos cuantos folios. Que noĀ se sabe bien quiĆ©n los ha escrito.
Es natural que los grupos parlamentarios requieran la disciplina de voto de sus integrantes; pero la exigencia ha degenerado en un bloque inconmovible. SerĆa conveniente que existiera un cierto margen de libertad de voto, sobre todo en los asuntos con alguna incidencia Ć©tica, que no son pocos.
Otra nota de mejora podrĆa ser el formato de que los parlamentarios hablaran mĆ”s desde sus escaƱos y no tanto desde la tribuna. Recordemos que, hasta 1936, el Congreso de los Diputados carecĆa de ese podio central, por lo que se facilitaban los debates vivos.
Meses antes de unas elecciones, la actividad parlamentaria se traslada a la Ā«calleĀ», aunque dispuesta a controlar a sus respectivos auditorios. Es lo que se llama la Ā«precampaƱaĀ» electoral. Se concreta en una sucesión de mĆtines, no tanto para convencer a los posibles electores, sino como un sistema de propaganda. Lo fundamental es que tales actos produzcan declaraciones y entrevistas como material para los programas informativos o las tertulias polĆticas. La idea no es mala, siempre que no se ritualice y se consuma demasiado tiempo de la actividad parlamentaria regular. Parece un abuso que, a la campaƱa electoral, se aƱadan unas cuantas semanas de frenĆ©tica Ā«precampaƱaĀ».
La crĆtica mĆ”s feroz al trabajo parlamentario es que, como ha sucedido en el Ćŗltimo aƱo, sus seƱorĆas consumen un esfuerzo desproporcionado en elaborar leyes ideológicas, doctrinarias. Todas lo son un poco, pero, en este caso, me refiero a las que pretenden alterar el orden constitucional con modificaciones Ć©ticas de gran alcance.
Se dijo del modĆ©lico Parlamento inglĆ©s que podĆa transformar cualquier cosa, menos convertir a una mujer en varón o a la inversa. Pues bien, tal alocado propósito se ha planteado en el actual Parlamento espaƱol. Basta repasar un texto legal que lleva el atrabiliario marbete de Ā«sĆ o sĆĀ». AƱƔdase una Ā«ley de viviendaĀ», que da mĆ”s seguridad al allanamiento (okupación) de algunos inmuebles.
El sistema constitucional espaƱol es el de una monarquĆa parlamentaria, equiparable a otras europeas. Empero, las decisiones del Parlamento (que, en la prĆ”ctica, son las del Gobierno) conducen a que, poco a poco, se vaya transformando en un rĆ©gimen de repĆŗblica federal. Un movimiento tan radical se hace posible porque las fuerzas conservadoras se hallan desunidas y, en muchos casos, se adaptan a las veleidades de un Gobierno dizque socialista. En realidad, es mĆ”s bien una mĆmesis del Gabinete de 1936 (Frente Popular, se dijo, entonces). Fue el que precipitó las condiciones para la guerra civil. En sĆntesis, aunque no lo parezca, el actual Parlamento espaƱol se halla en un trance revolucionario.