«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

La leyenda del beso

29 de agosto de 2023

La leyenda del beso es una célebre zarzuela, en realidad casi una ópera, de los maestros Soutullo y Vert con libreto de varios autores, Antonio Paso entre ellos. Se estrenó en 1924 y se hizo especialmente célebre su intermedio instrumental, una preciosidad. Muchos años después, en los ochenta, Juan Carlos Calderón arregló ese intermedio para que lo cantara Mocedades, todo terciopelo, con letra de Luis Gómez-Escolar, y fue un exitazo: Ay, amor de hombre. Hasta Rubiales debe de haberlo cantado alguna vez. La leyenda en cuestión tiene que ver con una hermosa gitana, Amapola, y puede resumirse así: el que la bese, morirá. Efectivamente, el que la besa, que se llama Mario, queda condenado a muerte, aunque en un sentido que no es el que usted se imagina. Supongo que tampoco se lo imaginaba Rubiales.

Retrato de paisaje y paisanaje

La España contemporánea, que no es la de 1924 ni la de los ochenta, está escribiendo su propia leyenda del beso y lo está haciendo con música de reggaetón y letra de la prensa progre, que toda escribe como una sola mano —a veces, como un sólo pie—. Algún maestro de viejo estilo, tipo Campmany, lo habría titulado Romance del Rubiales y la Jenni, pero no entraremos por ahí porque seguro que eso, hoy, es constitutivo de algún tipo de delito. La cosa es que pocos episodios retratan mejor nuestro ínfimo nivel colectivo. El maestro Hughes ha escrito aquí mismo que Rubiales responde al estándar ético y estético de la España contemporánea, y creo que no se puede definir mejor ni a Rubiales ni a España ni, por cierto, a las futbolistas de la selección, que también parecen troqueladas en el estándar de marras. Las últimas noticias al respecto son verdaderamente asombrosas, como salidas de una de esas noches de alcohol en las que la gente juega a ver quién dice la parida más gorda. Helas aquí: la madre del Rubiales, mujer de fe profunda y casada con un socialista imputado por los ERE, se acoge a la Iglesia y se declara en huelga de hambre; mientras tanto, la Fiscalía General del Estado abre diligencias contra Rubiales por un delito de… agresión sexual. Y venga a darle hilo a la cometa.

Casi da un poco de vergüenza describir la realidad debajo del velo mediático. Los dos principales partidos del país cortejan a un separatista prófugo de la Justicia para que les entregue la llave del poder. Los violadores que el Gobierno ha puesto en la calle empiezan a reincidir, para terror de sus víctimas pasadas y futuras. La inmigración ilegal se dispara y suma 13.000 entradas en los últimos cuatro meses. El coste de la vida alcanza niveles simplemente insoportables. La deuda pública ha tocado ya su máximo histórico. La incompetencia de los poderes públicos queda en evidencia cada vez que hay un incendio como el de Tenerife. No hace falta seguir, ¿verdad? Todos sabemos lo que hay. También los políticos. También el Rubiales. También la Jenni. También, por supuesto y sobre todo, los medios que se prestan a construir el decorado de la gran comedia. En el rifirrafe, una acreditada periodista de la cuadra de Prisa explicaba (ayer lunes) que este incidente demuestra que «algo huele a podrido, como tantas veces se ha dicho en la historia del cine». Los huesos de Shakespeare aún se están removiendo.

Cuestión de poder

Por supuesto, nadie dude de que aquí estamos hablando de un asunto de poder. En lo que concierne al fútbol en particular, porque se trata de una industria que mueve miles de millones de euros (un 1,37% del PIB español, según un informe de la LFP) y que, por cierto, en un 33% se halla en manos extranjeras. Y también es un asunto de poder en lo que concierne a la leyenda del beso, donde hemos asistido al ya habitual proceso de «recuperación» ideológica de un suceso concreto para ponerlo al servicio del discurso dominante. ¿Cuál es ese discurso? El del feminismo posmoderno, es decir, la transformación del feminismo en sucedáneo de la lucha de clases. Que no es sino otro instrumento del poder. Tome usted aire y permítame un par de palabras sobre esto.

La tendencia dominante del Occidente contemporáneo es el desvanecimiento de los espacios políticos concretos, es decir, objetiva y materialmente identificables con una nación (una polis), y su sustitución por un marco de referencias nuevo de carácter transnacional, o sea, eso que se llama globalismo. En el proceso de sustitución, las problemáticas políticas son reemplazadas por otras estrictamente impolíticas (porque no pertenecen a ninguna polis en particular) capaces de mover emocionalmente a las masas. El feminismo es una de esas nuevas problemáticas, como el mito de la emergencia climática o tantos otros. Y, naturalmente, su propósito no es defender a mujeres de carne y hueso en lugares concretos y situaciones determinadas, sino construir un relato que arrastre a la opinión pública y la aleje de aquellas otras cosas que, un día, fueron el centro del debate político pero que ahora, en el nuevo marco, deben quedar fuera, porque el pueblo molesta mucho. Por ejemplo, todas esas cuestiones mencionadas líneas arriba. Política sin polis y democracia sin demos. Cuestión de poder, en efecto.

Sobre este marco general, cada sociedad dibuja su propio baile según sus particulares cualidades. La sociedad española, progresivamente embrutecida, lo hace a su modo. O sea, el sainete del Rubiales y la Jeni. Y la Fiscalía. Y la madre que lo parió. Y todo lo demás. Hace una semana, en estas páginas denunciábamos que la nuestra es una sociedad especialmente embrutecida. Quod erat demostrandum.

Si Soutullo y Vert levantaran la cabeza…

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