«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

La mujer en la guerra

11 de octubre de 2023

El Estado Islámico nos había acostumbrado a la decapitación, pero Hamás va más allá con la decapitación de bebés. La ejecución de niños suena a sacrificio precolombino; el odio de Hamás, a tribu africana.  

El descubrimiento de la matanza de niños puede hacernos olvidar las imágenes de mujeres raptadas, violadas o ejecutadas. Hubo una muy impactante: la joven que, entre gritos, era arrancada de los brazos de su novio.

Había en ello algo muy antiguo, intemporal. En la Ilíada, el líder troyano Héctor prefirió «ir al infierno y quedar cubierto de tierra y cenizas» antes que ver a su esposa, Andrómaca, «ser llevada, llorando, por uno de los aqueos con armadura». Algunos de los relieves del Partenón muestran a hombres defendiendo a sus mujeres contra los ataques de los centauros.

En cierto sentido, el hecho de que en Israel las mujeres presten servicio militar subraya una fragilidad. Quizás por esto hay voces contrarias a la presencia de la mujer en el ejército. Una es la del historiador militar israelí Martin van Creveld, que tiene varios libros sobre táctica militar y uno, bastante curioso, El sexo privilegiado, en el que trata de demostrar que las mujeres no han sido sometidas en la historia sino, muy al contrario, protegidas. Dedica un capítulo a la mujer en la guerra, lo que van Creveld considera el mayor privilegio de todos: no tener que dar la sangre por el país. Es un privilegio que, en su opinión, debe mantenerse.

«Si las mujeres rara vez han luchado en la guerra, probablemente la razón más importante no es que sean discriminadas. Más bien, se debe a que una de las razones por las que los hombres luchan (algunos dirían que la más importante) es precisamente proteger a las mujeres. Hacer que las mujeres participen en la guerra y al mismo tiempo protegerlas es una locura, sobre todo porque no sólo hay que protegerlas a ellas, también a sus hijos».

El imperativo masculino de proteger a las mujeres puede tener algún tipo de base biológica. A menudo está inspirado por el amor. Después de todo, si los hombres no pueden proteger a sus mujeres, cualquier otra cosa que puedan hacer tiene un valor cuestionable. Esa necesidad de los hombres explica el famoso suicidio colectivo de Masada, año 73 después de Cristo. Elazar ben Yair, comandante de los zelotes judíos, trató de persuadir a sus hombres para que se suicidaran en masa ante la inevitable derrota. Primero habló de los placeres de la libertad, pero no fue convincente. A continuación describió la vergüenza que sentirían sus hijas y esposas si cayeran en manos de los romanos, «ellas mismas atadas e indefensas». Fue definitivo: murieron todos. 

El oeste americano, lo hemos visto en las películas, está lleno de relatos de pieles rojas que anhelan la carne de mujeres blancas. Y una de las principales razones por las que los colonos lucharon, afirma el historiador, fue para proteger a sus mujeres. «En varios momentos durante el conflicto árabe-israelí, la determinación israelí de luchar fue alimentada por lo que la gente veía como la amenaza de hordas de árabes salvajes hambrientos de sexo». Uno de los objetivos de la guerra es siempre salvar a las mujeres de ser violadas, incluso a costa de la propia vida.

La historia está llena de ejemplos, prevenciones para salvar a la mujer de las peores consecuencias de la guerra. Ya aparece en el Deuteronomio. Al emprender una «guerra opcional», guerra no ordenada explícitamente por el Señor, a los israelitas se les ordenó matar a todos los varones cautivos. Sin embargo, la ley exigía que no «atormentaran» a las mujeres. En todo el antiguo Medio Oriente y el Mediterráneo, aproximadamente desde el 2500 a.C., las mujeres se libraron de lo peor de la guerra. Así, poco después del 705 a.C., el rey asirio Senaquerib conmemoró su captura de la ciudad de Laquis en Judea encargando una serie de relieves que decoraron su palacio en Nínive y ahora se encuentran en el Museo Británico. Paso a paso, los relieves muestran al ejército y las operaciones de asedio que llevó a cabo. Al final, habiendo caído la ciudad, las cabezas cortadas de sus defensores masculinos se amontonan frente al trono; otros hombres aparecen empalados en estacas. No así las mujeres, que aparentemente ilesas son llevadas junto con sus hijos.

En la antigua Grecia abundan los ejemplos de un puño más suave contra las mujeres. Cuando los atenienses recuperaron la ciudad de Escíone, los hombres fueron ejecutados, las mujeres fueron vendidas como esclavas. A lo largo de la Guerra del Peloponeso, la única vez que se sabe con certeza que se ejecutó a mujeres fue durante el saqueo de Micaleso por mercenarios tracios. Tucídides lo menciona por su excepcionalidad.

Los códigos han contenido disposiciones destinadas a proteger a las mujeres de los horrores de la guerra. Un ejemplo típico es el mandamiento musulmán, atribuido al primer califa, de que no se mate a niños, ancianos y mujeres, ni se quemen árboles ni se destruyan casas. Los caballeros medievales seguían reglas similares. Por ejemplo, la violación fue prohibida por la Bula de Oro de 1356, que entre otras cosas buscaba regular lo que los príncipes alemanes podían y no podían hacer cuando iban a la guerra. Hacia 1400 el monje francés Honoré Bonnet publicó El árbol de las batallas, obra repleta de mandatos relativos a la necesidad de perdonar a las mujeres que, junto con los eclesiásticos y los animales domésticos, fueron clasificadas como «inocentes» y, por tanto, merecedoras de la misericordia cristiana.

Un documento francés del siglo XV incluye a los nobles «que violan a las mujeres» entre aquellos a quienes se les prohíbe participar en torneos. Todavía en el siglo XVI, los artículos de guerra alemanes incluían fuertes exhortaciones a no dañar a las madres jóvenes, a las mujeres embarazadas y a las Madchen, las vírgenes o niñas jóvenes. 

No hace falta decir que estos códigos han sido violados a menudo. En el mundo antiguo, Alejandro y Escipión el Africano fueron elogiados específicamente por no abusar de las hermosas cautivas que les entregaron. El comportamiento del primero a este respecto llevó a algunos a sospechar que podría haber sido homosexual. Por el contrario, las violaciones masivas acompañaron el saqueo de Roma en 1527 y la destrucción de Magdeburgo en 1631. La violación masiva fue practicada por el Ejército Rojo cuando invadió Alemania en 1945. Fue teniendo estos acontecimientos en mente que se estableció la obligación de tratar a las prisioneras «con todo el respeto debido a su sexo» en el Segundo Convenio de Ginebra de 1949. 

Precisamente por la excepcionalidad del Israel contemporáneo, donde las mujeres son reclutadas para el servicio militar, sus propias leyes dispusieron privilegios. Van Creveld hace referencia a la posibilidad de la mujer casada de evitar el reclutamiento, y recuerda unas  palabras del primer ministro David Ben-Gurión cuando aprobó la legislación pertinente en 1949. Los hombres podían servir primero y casarse después. Sin embargo, arrancar a «una recién casada de 18 años» del abrazo de su marido era poco menos que un crimen. Cuánto más si lo hace el enemigo y ese enemigo está resuelto a ignorar toda norma de civilización.

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