«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

La onda expansiva del 11M

11 de marzo de 2024

Confieso desconocer los arcanos del Titadyn, el contenido exacto de la mochila de Vallecas y el número de capas de calzoncillos implicados en los atentados del 11 de marzo de 2004. Recuerdo, naturalmente, que esa mañana, un ruido incesante de sirenas, pues por entonces vivía cerca de Atocha, terminó por despertarme. Después, el sobresalto dio paso a la confusión. ¿Cómo no pensar en la banda terrorista ETA, que recientemente había enviado una mortal caravana a Madrid? Tres días más tarde, José Luis Rodríguez Zapatero, que todavía conservaba jirones de la piel de un Bambi que ocultaba al lobo que demostró ser, ganó las elecciones apoyado por las palabras de Rubalcaba: «Los españoles merecen un Gobierno que no les mienta». Veinte años después, Zapatero es uno de los principales valedores del embuste que pernocta en la Moncloa.

Sobre el 11M se cierne, con razón, la sombra de la duda, pues nadie reivindicó la autoría de la masacre. Sin embargo, las dos décadas transcurridas desde aquella matanza son deudoras de ella. Apenas tres días después de la matanza, las urnas dieron a ZP 164 escaños, mientras al ungido Rajoy le dejaron con 148. CiU, todavía dominado por el hoy amnistiable clan Pujol, obtuvo 10, mientras ERC alcanzaba 8, el PNV 7 e IU 5. Las bombas escoraron el voto, invalidando las encuestas y haciendo irrelevantes las papeletas venidas del extranjero. El 14 de marzo empezó casi todo, pues lo que vino a continuación ya estaba, de algún modo previsto, en algunas bombas de relojería alojadas en la Carta Magna de 1978.

Conviene, no obstante, echar la vista más allá de aquel 11 de marzo. Apenas seis meses antes, Zapatero, cuyas cejas comenzaba a afilarse y a concitar alrededor de sus vértices a un nutrido grupo de corifeos, se comprometió, ante 20.000 personas que abarrotaban el Palacio de Sant Jordi, a respetar el Estatuto que viniera de Cataluña. Si desde los atentados han pasado veinte años, aquellas complacientes palabras, que buscaban el apoyo del PSC, se pronunciaron una década después de la Declaración de Granada, en la que el PSOE reafirmó el federalismo para el que fue refundado durante el tardofranquismo. Con aquella promesa comenzó la definitiva sumisión de muchos españoles, particularmente los tifosi del PSOE, al supremacismo catalanista.

Con esos precedentes, y cargas explosivas mediante, Zapatero llegó a La Moncloa, desde donde exacerbó el cainismo entre españoles. Desde entonces, el secesionismo, hoy ya convertido en golpismo, por más capas de amnistía que se le superpongan, no ha hecho más que crecer. Sin necesidad de seguir frecuentando zulos, los etarras han ido entrando en las listas electorales bajo la máscara, diluida en la marca EH Bildu, de Sortu. En cuanto a los oportunistas beneficiarios del happening del 15M, los más avispados se han colocado, sabedores de que el cielo no se puede asaltar con cuatro soflamas para adolescentes y nostálgicos. El sumarismo, dócil herramienta del PSOE, se encarga hoy de empañar los últimos destellos del Pacto de los botellines.

En lo que cabe caracterizar como un proceso balcanizador de la nación española, que reparte el poder político y el económico entre los caciques locales y su red clientelar, hubo un pequeño paréntesis turnista: el tiempo en el que gobernó el PP, incapaz de hacer frente a quien nunca quiso enfrentarse: esos mismos caciques con los que ha gobernado siempre que ha podido, entregando parcelas del Estado. Aznar puso sus pies en la mesa de aquella cumbre del G8, pero nunca osó hacer lo mismo en los palacios de Barcelona.

Hoy se cumplen dos décadas de la explosión de diez bombas en cuatro trenes de cercanías de Madrid. Aunque su efecto inmediato dejó 193 muertos y cientos de heridos, desde entonces, su onda expansiva, de carácter político, no ha dejado de crecer.

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