«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La patochada del cambio climático

19 de noviembre de 2022

Por definición, el cambio climático es una intermitente serie de oscilaciones más o menos cíclicas de la temperatura, presión, humedad y otras variables del medio físico o atmosférico. Por tanto, la expresión «cambio climático» se aproxima a una tautología, a un simple juego de palabras. Realmente, lo que quiere transmitir ahora es que la Tierra está elevando su temperatura a causa de la actividad humana, la industrial o el normal despliegue de la vida urbana. El hecho es indiscutible; la explicación parece dudosa. Lo más probable es que el suave calentamiento de la Tierra y de su atmósfera sea debido fundamentalmente a complejas y poderosas fuerzas del sistema solar, del Sol. La prueba es que ese mismo efecto se produjo en el pasado preindustrial. No en vano, los vikingos hace mil años bautizaron a Groenlandia con ese nombre de «Tierra Verde». Nosotros la hemos visto después como un inmenso témpano. Hoy empieza a derretirse… y acaso reverdecerá otra vez.

El ecologismo se ha convertido en la religión civil de medio mundo

Muchas oscilaciones climáticas suelen ser cíclicas; de modo ejemplar, las «manchas solares» (con periodos de 11 años desde hace siglos), las estaciones del año y otros fenómenos telúricos. La razón es que el universo se halla en incesante movimiento. Detener el cambio climático de la Tierra sería tan absurdo como que los astros se pararan en sus órbitas.

Por tanto, el actual calentamiento del planeta puede que algún día se contenga y comience a enfriarse de nuevo. Ya lo hizo en la Europa (donde se apreció mejor) del siglo XVII, conocida como «la pequeña edad de hielo».

El razonamiento opuesto es el dominante en los círculos de poder en el mundo actual. No establece un juicio: asegura e impone un prejuicio. ¿Por qué algo tan irracional? Muy sencillo. Porque con la conclusión del «calentamiento global» la humanidad se sitúa en un estado de precario temor ante lo desconocido. Se siente condenada, como Atlas, a llevar el peso de la Tierra sobre sus hombros. Es lo más cómodo para que los poderosos sigan mandando con entera arbitrariedad. No es menos sobresaliente que millones de personas instruidas repitan el credo oficial sobre el cambio climático y demás supercherías conexas. Y es que, como decía Chesterton, cuando uno deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa.

Si se mantiene el estado de alarma respecto a la maléfica acción humana sobre el clima, será fácil recortar libertades. En ello estamos. El ecologismo se ha convertido en la religión civil de medio mundo. No supone tanto el amor a la naturaleza o la virtud de la austeridad como el sometimiento a un número creciente de controles, regulaciones y prohibiciones. Llega incluso a arbitrar prescripciones dietéticas (la sinsorgada del «veganismo»). Es otra vez la mímesis de los ritos religiosos, solo que sin misterio y sin grandeza.

Se podría argüir que todo esto del ecologismo es una inmensa falacia envuelta en deliberado engaño

El aprecio de la naturaleza por los humanos solo puede hacerse a través de la cultura. Hay personas e intereses que no consiguen establecer ese refinado engarce.

Resulta extraño que el ecologismo se resuelva en tantas prohibiciones y cautelas. La explicación es que detrás late un escondido odio hacia la naturaleza. Eso es así por no entender que el ecologismo no es una doctrina local, sino «católica» (en su prístino sentido). Es decir, pretende llegar a todos los confines del mundo. No es por un criterio filantrópico. Su pretensión es el de un poder «global», superador de los Estados nacionales. De ahí su ritual de los concilios o «cumbres» sobre el cambio climático. Tienen lugar en amenos lugares (resorts) con el propósito de reunir a los mandamases del mundo y alegrase de estar juntos.

Se podría argüir que todo esto del ecologismo es una inmensa falacia envuelta en deliberado engaño. Sí, pero, resulta efectivo. El propósito no declarado es el que las naciones vivan en un trance de insuperable desasosiego. Los poderes del mundo lo consiguen con un despliegue de propaganda como jamás se había visto.

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