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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

La paz empieza nunca

3 de marzo de 2022

En 1957, el periodista Emilio Romero ganó el premio Planeta con una novela que se llamaba así: La paz empieza nunca. Su título, que hoy hago mío, nada tenía que ver con la filosofía de la historia, pero viene que ni pintiparado a propósito de lo que está pasando en Ucrania y de lo que a raíz de ese conflicto podría suceder en un futuro tan ominoso como, quizá, cercano. Es obvio que me refiero a la sombría posibilidad de que el siempre frágil equilibrio del llamado Orden Mundial salte por los aires, si es que no lo ha hecho ya. 

Un profesorcillo estadounidense de ascendencia nipona publicó en 1992 un libro de extraordinaria repercusión que hoy ya no recuerda casi nadie. Su autor se llamaba (y se llama, pues supongo que no ha fallecido) Francis Fukuyama y el título, tan pretencioso como petulante, de aquella obra era El fin de la historia y el último hombre. Nada más y nada menos. En ella se exponía una polémica tesis: la de que la Historia, como lucha de ideologías, había terminado con un happy end basado en una democracia liberal impuesta urbi et orbi tras el fin de la Guerra Fría. Hoy sabemos de sobra, y lo sabíamos ya antes de que los tropas rusas entrasen en Ucrania, que todo eso era una utopía volitiva, por no decir una paparrucha. 

El despertar ha sido tan brusco como reciente. El mundo entero y, en especial, la Unión Europea, que se acunaba, dormilona, en su dolce far niente, se ha llevado las manos a la cabeza, presa de un susto morrocotudo, al escuchar en la raya de sus fronteras orientales el ronco graznido de los grajos de la guerra y ha descubierto que cuando los misiles de uno de los tres ejércitos más poderosos de la tierra vuelan bajo hace un frío del carajo.

La Unión Europea (…) se ha llevado las manos a la cabeza al escuchar en la raya de sus fronteras orientales el ronco graznido de los grajos de la guerra

¿Pensaban, ignaros de lo que esconde la condición humana, que ya nunca más habría guerras ni locales ni mundiales desencadenadas en el continente donde tantas hubo? La de Troya, que stricto sensu geográfico se libró en Asia, pero hirió el corazón de la Hélade, alma máter de Europa, fue una de las primeras, pero antes y después hubo muchas otras. Repasarlas sería prolijo… Las guerras púnicas, la de las Galias, las de las tribus bárbaras, la de los moros y los cristianos, la de los Cien Años, la de los Treinta, las de los mongoles y los otomanos, las de nuestros Tercios, las napoleónicas, las de la Santa Alianza, la del Catorce, la de las dos Rusias, la de los nazis y, last but not least, la de Yugoslavia. 

Me dejo muchas. ¡Pero si no hemos parado! ¿Por qué será? Será, digo yo, porque el buen salvaje de Rousseau es más malo que la quina, porque Caín ya le atizó a Abel con la quijada de burro ‒equivalente pretecnológico del armamento nuclear‒, porque el ser humano es inhumano y está en permanente guerra consigo mismo, porque el mono sapiens y bípedo implume es un animal depredador y porque, en definitiva, como dice la coplilla burlona, «vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos».

Hace un par de días dijo Pablo Motos al término de uno de sus programas de televisión: «(…) la guerra es la noticia estrella de los telediarios que nos amarga la comida y que nos hace sentir como unos inútiles a la hora de la verdad; la guerra es el negocio de los fabricantes de armas que tienen que darles salida a sus carísimos y cada vez más destructivos productos; la guerra también es el negocio de las constructoras cuando después de las bombas haya que volver a poner en pie las ciudades; la guerra es es el negocio de la administración del botín porque toda guerra se hace para arrebatarle al enemigo algo que tiene y el agresor quiere, ya sean sus tierras o su petróleo (…). La guerra, efectivamente, es un gran negocio».

 Ahí está el busilis, amigos, y por eso la paz nunca empezará.

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