«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona, 1981. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Periodista. Autor del canal de Youtube 'Alonso DM'.
Barcelona, 1981. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Periodista. Autor del canal de Youtube 'Alonso DM'.

La sonrisa hostil

29 de septiembre de 2023

Los nuevos emblemas del progresismo contemporáneo se han convertido en una monotonía insufrible. Jenni Hermoso, Juana Rivas, Greta Thunberg, el niño climático mejicano, Me Too, Black Lives Matter y tantos y tantos otros son figuras repetitivas que invaden el panorama público. No tanto por sus reivindicaciones, como por la actitud beligerante y autocomplaciente con la que se presentan.

Estas figuras, que continuamente levantan la voz en nombre de mil causas, pecan de un narcisismo enfermizo. Una de las características más irritantes es su férrea creencia de que el mundo les debe algo. Reclaman derechos a diestra y siniestra, pero rara vez mencionan o asumen responsabilidades. Exigen reconocimientos, visibilidad y espacios, pero no ofrecen nada a cambio, salvo la necia y simplona idea de que alimentar su insaciable sed de poder y protagonismo nos traerá un futuro más feliz y más justo.

Enfrentarse a ellos en un debate es como lidiar con un niño malcriado. No es posible entablar un diálogo fructífero con ellos, porque no están aquí para conversar ni reflexionar. Lo que buscan es imponer su visión y, en el proceso, aplastar a cualquiera que ose presentar una posición contraria. Para ello tienen un puñado de palabras policía que escupen cada vez que alguien les confronta: machista, racista, fascista, homófobo, negacionista.

Han perfeccionado el arte de jugar a ser las eternas víctimas. Y aunque algunas de las causas con las que camuflan su afán de notoriedad pueden tener raíces en injusticias legítimas, su constante actitud de mártir aburre y satura.

Por supuesto, no podemos pasar por alto la hipocresía rampante que los caracteriza. Mientras lanzan proclamas contra el sistema y se presentan como rebeldes, son mimados y celebrados por los mismos titanes del sistema que critican. Por la ONU, Bruselas, la Casa Blanca, Wall Street, Silicon Valley, Hollywood y toda la prensa de masas de Occidente, empezando por el New York Times y la CNN y acabando por 13TV y el ABC.

En efecto, lo más insidioso es que, detrás de estas figuras públicas, hay todo un aparato propagandístico que alimenta y potencia sus voces. Un sistema que bajo una falsa apariencia de pluralismo actúa como una verdadera apisonadora, que atropella a cualquiera que se interponga en su camino, garantizando que el mensaje, no importa cuán sesgado o intransigente sea, llegue a la máxima audiencia posible.

Esta forma de activismo, impulsada por el ego mucho más que por la justicia social, ha sido tolerada e incluso alabada por las propias víctimas que lo sufren. Ahí tenemos a Jorge Vilda hablando en lenguaje «inclusivo» en la Cadena Ser tras ser despedido fulminantemente por orden del feminismo. Como en el patio de un colegio, donde todos prefieren ignorar al matón de la clase con la vana esperanza de que no les preste atención, nuestra sociedad, consciente o inconscientemente, ha permitido que estas voces se impongan. Nos hemos acostumbrado a su presencia, a su ruido constante, hasta el punto de que su ausencia podría resultarnos desconcertante.

Se ha normalizado su despotismo. Antes, estas figuras al menos se esforzaban por disimular su talante caprichoso y autoritario. Intentaban ofrecer argumentos que justificaran su comportamiento. Ahora, en cambio, lucen con orgullo el poder usurpado. Lo vimos el otro día en la Asamblea General de la ONU, donde una joven chilena con aspecto de villana de Gotham City recordaba que la Agenda 2030 «es un plan global de las acciones que tomaremos». «Esto ya no es una negociación», advirtió con esa sonrisa hostil de quien sabe que juega en casa y tiene la sartén por el mango.

Aunque silenciados y en minoría, hay quienes siguen resistiendo a esta tiranía. Un pequeño pero creciente grupo de individuos que no teme señalar y denunciar los excesos de estos falsos activistas. Aunque son marginados y tachados de desestabilizadores, su resistencia es vital. Porque en su valentía reside la esperanza de un futuro donde el bien común y la colaboración prevalezcan sobre el griterío y la imposición.

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