Definitivamente, la lengua espaƱola o castellana (la ambivalencia estĆ” ya en la GramĆ”tica de Nebrija) se expande en el mundo, pero se encoge en EspaƱa. Puede que parezca algo irracional; mĆ”s es real. En las regiones donde tambiĆ©n se habla otra lengua (Galicia, Vasconia, Navarra, CataluƱa, Valencia, Baleares) se extrema el Ćmpetu polĆtico para ampliarlas, con el consiguiente retroceso de la lengua comĆŗn. La razón (si se puede decir asĆ) es que los partidos nacionalistas o separatistas necesitan cualquier ocasión para medrar mĆ”s. Lo mejor es fomentar la lengua privativa de la respectiva región. Lo que en la prĆ”ctica se traduce en el intento de arrinconar al castellano. Se trata de una sutil forma de racismo. Tanto es asĆ que, en CataluƱa, con la mitad del vecindario castellanohablante, es muy difĆcil recibir la enseƱanza obligatoria en espaƱol. La explicación estĆ” en el hecho de que los catalanoparlantes son siempre los que mandan. A pesar de lo cual, se puede certificar la paradoja de que, nunca como hoy, ha sido mĆ”s elevada la proporción de catalanes que pueden expresarse en castellano. Empero, se cerró la posibilidad de muchos estudiantes universitarios (Ā«los erasmusĀ») que llegaban de otros paĆses a Barcelona para perfeccionar el aprendizaje del espaƱol. Esa función se ha realzado en Salamanca, por ejemplo.
Hay otro fenómeno que actĆŗa sobre el deterioro del castellano en EspaƱa. Simplemente, en todo el paĆs ha decaĆdo el cultivo de la lengua y la literatura en la enseƱanza obligatoria. A ello ha contribuido, paradójicamente, la generalización de las comunicaciones Ā«digitalesĀ» (se manejan normalmente con los dedos de las manos). No se espere que cada uno de los Ā«mensajesĀ» usuales contengan mĆ”s de media docena de frases. Resulta asĆ una comunicación entrecortada, telegrĆ”fica. En tales escritos no se acepta la lógica proporcionada por la coma y, no digamos, el punto y coma o los dos puntos. HabrĆa que volver a la consideración de que la enseƱanza de la lengua y la literatura no fuera una materia exclusiva de Ā«LetrasĀ», sino que llegara a todo el estudiantado.
La exigencia de conocer mejor el idioma común se deriva de este hecho: cada vez es mayor el número de textos que hay que leer. Por eso mismo, se impone refinar un poco mÔs las normas de escritura. Al principio, parecerÔn un tanto estrictas, hasta escrupulosas; sin embargo, acabarÔn por imponerse por razones pragmÔticas.
Recientemente, los acadĆ©micos de la Lengua y afines se han reunido en CĆ”diz para tratar del caos lingüĆstico aquĆ seƱalado. TambiĆ©n puede ser que el cónclave se haya reducido a disfrutar de unas buenas vacaciones a mesa mantel con el recuerdo de las chirigotas y comparsas de los famosos carnavales. MĆ”s rentable habrĆa sido que el conciliĆ”bulo se hubiera propuesto poner al dĆa las normas de escritura en el orbe Ā«digitalĀ». De eso no ha llegado ninguna noticia. Preocupa, por ejemplo, la supresión de las correspondientes tildes en muchos de esos escritos. Dicen que es cosa prĆ”ctica; pero, para mĆ, que es una nueva fuente de confusión. Por cierto, entrando en la pequeƱa polĆ©mica, mi parecer es que, tanto el adverbio Ā«soloĀ» como los pronombres demostrativos (Ā«estos, esos, aquellosĀ») no deben llevar tilde. Tampoco es malo que convivan diversas opiniones sobre el particular. Esto de la lengua no es una ciencia exacta, sino una realidad viva.