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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

La vía Dragó

11 de abril de 2023

El mundo liberalio y la España llevadera-sólo-con-dificultad llora a Dragó, que sin embargo acabó escribiendo en La Gaceta. Mucha lágrima, mucho recuerdo, pero se tuvo que venir aquí, como las aves emigran para conservar el plumaje y, no digamos ya, extenderlo.

No conocí a Sánchez Dragó, y no puedo contar divertidas anécdotas sobre él, pero tuvo importancia en mi vida desde que, hace bastantes años, siendo yo niño o muy joven, le escuché contar en una entrevista que había conseguido penetrar a una mujer en estado de flacidez, confesión o hazaña que me impactó.

No es que Dragó no valorara la erección –de hecho, desarrolló su propio viagra, el Homo Erectus— es que iba más allá. Se había adentrado en otros caminos de sabiduría. Esto a mí me parecía una proeza a la vez física y psíquica y, por supuesto, una cuadratura del círculo. ¿Y si todo estuviera en la mente? ¿Y si hubiera habilidades más allá de las mecánicas y la puerta de Tannhauser se abriera de otra forma?

Lo que estaba haciendo Dragó ahí era tender un puente oriental a nuestra sexualidad landista, puente que exigía un viaje mayor y alforjas nuevas de sabiduría y espiritualidad. Y vestir con lino, llevar sandalias, saber agarrar un libro en sánscrito, trascender muchas cosas…

Para ser un Hemingway español, como quería ser Dragó, para ser viril sin interrupción y no perdonar ni una (pero ni una) había que dar un salto, primero moral. Había que quitarse los grilletes judeocristianos. Irse a Oriente, a las viejas sabidurías, pasar del misionero al tantra, entrar en el mercado de la carne sin grasa ni ego, como un faquir.

Para montar el toro bravo de la carne había que cambiar el chip, pero mucho. No se podía ir por la vida con los cuatro libros. Ese viaje a Oriente de Dragó, ese inicio en los ritos eleusinos, nos parecía un esoterismo muy respetable, aunque quizás, también quizás, un esoterismo dirigido a la coyunda.

En uno de sus libros, Dragó cita el fragmento de una película de John Huston: «Entonces las mujeres alcanzaron el derecho al voto y todo se fue al carajo». Las cosas, decía Dragó, fueron a peor: «El puritanismo avanza, espoleado por el feminismo y la idolatría de Mammón». El culto al dinero y a los dioses absurdos de la progrez.

Seamos sinceros. Para liberarse, a la vez, de la moral católica imperante y luego de la feminista, para tener siete mujeres, cada vez más jóvenes, y ser papá octogenario («y a pelo») no bastaba con un poco de libertad, hacía falta mucha. Con un poco no pasas del primer divorcio. Dragó hizo lo único posible: circunvalar por Oriente, cambiar las reglas, tirar por elevación. ¡Hacerse el japonés!

¿Pero no fue eso lo que de otro modo proponía Millán Astray imitando a los samuráis? La virilidad española encuentra un venero renovador en Japón y Dragó era Landa más Mishima.

Él fue uno de los anfitriones españoles de Ernst Junger cuando en los 80 estuvo en Madrid con Albert Hofmann, el del LSD. Eran psiconautas, quizás también fueran coñonautas. Para alcanzar la libertad y virilidad dragonita era necesario profundizar en lo químico, lo oriental y lo espiritual, en otras formas de pensar y ser. Era necesario, además, luchar no sólo contra las limitaciones de la nueva moral, sino contra la misma tendencia moderna a la emasculación: Dragó tomaba testosterona (como Matamoros y cada vez más gente) y además desarrolló una sabiduría herbolaria y naturista alternativa que le llevó a crear un elixir propio, el elixir Dragó, y a ingerir más de cincuenta pastillas al día. Ahí también acertó: la rebelión contra el Estado ha de ser farmacológica y química.

Si la muerte de Sánchez Dragó ha impactado tanto, no ha sido sólo por su obra y simpatía, también por su gran vitalidad. Una vitalidad constante porque Dragó siempre fue Dragó. En 1980 y en 2020. Su élan vital lo achacaba al sumo reishi, una seta japonesa que recomendaba.

En los libros buscaría la inmortalidad, pero en la vida buscaba la juventud. Morir tarde, sobre todo morir joven.

Dragó era un vitalista y un hierbas sumamente culto, y el problema es que ahora quedarán sus émulos, las masculinidades hemingway, con la testosterona, la cúrcuma y el ginseng eréctil, pero sin su gran cultura libresca ni su orientalismo. En Twitter ya le ha llorado discípulamente González Pons… El gran colectivo pitopáusico español querrá dragonizarse y será terrible.

Dragó nos ha enseñado un camino de sabiduría y virilidad alternativas. Leer, huir, mojar en alcaloide. Aumentar nuestra energías con keriba, reishi y resveratrol y canalizarlas tántricamente. Como aprendices de un rito iniciático y misterioso, seguiremos perfeccionando espíritu y cuerpo para lograr enhebrar el yin y el yang, cabalgar a Kali, atesorar el tao, penetrar en flacidez. Completar, algún día, la vía Dragó.

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