«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La violencia en América

21 de abril de 2021

No me refiero, solo, a los Estados Unidos de América (aunque, a sí mismos, se denominen “América”), sino al continente entero. Se ha dicho que “la violencia es algo tan común en los Estados Unidos de América como el pastel de manzana”. Mi idea es que tal característica es común a los otros países del continente. No es fácil convenir las causas o razones de esa rara peculiaridad.

La violencia ilegítima se extiende, allí, donde se presenta con una latente justificación, al menos, en el sentido de considerarla “inevitable”. Hay que explicar por qué tal reacción es más propia de los países del continente americano.

Un hecho persistente del continente americano es que no se ha desarrollado mucho la idea weberiana del Estado como “monopolio de la violencia legítima”

Estamos ante países recientes, si los comparamos con los europeos. Es lógico que persista la noción de que el violento (incluso, extremo, espectacular) se destaque con una cierta aureola de heroicidad. Es dominante el mito romántico del “bandido generoso”, protector de los humildes, o la del “rebelde”, asociado a la independencia de la nación. Es una circunstancia, socialmente, necesaria en las “nuevas naciones”. La cercanía temporal al momento de la independencia hace que se haya mantenido el consentimiento (de derecho o, de hecho) para el uso individual de las armas de fuego. De ahí, lo corriente de las “balaceras” o tiroteos. Se corresponde con la persistencia de la “mentalidad de frontera”, en el sentido español de tierra de nadie o por conquistar, que se conserva en el inglés norteamericano.

Estamos ante sociedades muy conflictivas, por mantener fuertes desigualdades sociales o étnicas. Es natural que muchas personas piensen que la mejor manera de resolver ciertos conflictos sea con violencia. Seguramente, están equivocadas. Sin embargo, eso es lo que piensan.

En el continente americano, ha persistido otro mito: el de la revolución de uno u otro signo político

A diferencia de los países europeos, en los americanos, se han mantenido, por más tiempo, la leyenda de que uno puede hacerse muy rico en pocos años. Esa convicción ha favorecido, históricamente, la arribada de millones de inmigrantes europeos. Luego, resulta que, en la mayoría de los casos, el mito se resiste a hacerse verdad. Tal contraste supone una latente frustración, la cual promueve las soluciones tajantes, radicales, violentas.

En el continente americano, ha persistido otro mito: el de la revolución de uno u otro signo político. Recordemos la etiqueta del PRI mexicano: Partido Revolucionario Institucional. En muchos de estos países, la “revolución” se asocia con la independencia histórica de la situación colonial previa, que, por definición fue violenta. En los países de habla hispana, ha continuado una latente “revolución” contra los “gringos”, esto es, la humillante dependencia de los Estados Unidos de América.

La consecuencia inmediata de la inexistencia de cuerpos nacionales de policía es que aflora más la corrupción

Por una u otra razón, un hecho persistente del continente americano es que no se ha desarrollado mucho la idea weberiana del Estado como “monopolio de la violencia legítima”. Se trata de una noción aplicable, sobre todo, a Europa. Por tanto, es lógico que, ante la debilidad dicha, se disparen las múltiples formas de la violencia ilegítima. En ella, se incluyen los excesos de las policías de cada país. A diferencia de las naciones europeas, en las americanas, no es tan frecuente la existencia de cuerpos nacionales de policía. La consecuencia inmediata es que aflora más el caso de la corrupción en las fuerzas policiales.

Un factor ocasional es que, por razones de difícil explicación, en los países americanos, es muy elevado el consumo de alcohol y drogas alucinógenas. Son dos hábitos asociados a las conductas violentas.

En los países considerados se produce una alta incidencia de la delincuencia juvenil. Habría que ver si no se trata de una respuesta a la desigualdad generacional. Es la que fomenta un tipo de sociedades muy competitivas.

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