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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Las Cortes en el Callejón del Gato

7 de febrero de 2022

Gran algarabía nacional en torno al esperpento que el pasado viernes se representó en las Cortes. ¿O fue el jueves? Con tantos dimes y diretes las fechas se me traspapelan y superponen. Da lo mismo, porque en ese supuesto escenario de la soberanía de la nación todo el año es carnaval. No hay columnista, ni locutor, ni politólogo, ni tertuliano, ni intelectual, ni perroflauta, ni orate, ni hijo de vecino que no se sume al alboroto. Ya lo decía mi madre: cuatro españoles, cinco opiniones…

Y como las madres siempre tienen razón, yo voy a dar la mía.

Vaya ante todo un requeteolé para los dos valientes diputados de Navarra Suma, partido que a partir de ahora debería llamarse Navarra Resta, que han roto los grilletes de la vergonzosa disciplina de voto, han escuchado el redoble de la voz de su conciencia y han sido leales a lo que sin ningún género de duda demandaban, silentes o no, sus votantes.

No voy a ensañarme con el pánfilo de dedos torpones que provocó el mayor escándalo, y ha habido muchos, de la historia de nuestra democracia. Bastante tiene con el concierto de silbidos que a buen seguro se cruzan en sus oídos. Pero sí voy a preguntarme si de verdad se equivocó o acataba órdenes procedentes del tablero de mandos de su partido, que bien podría haberse conchabado con el PSOE  al calorcillo del ideario socialdemócrata que ambos partidos profesan y/o con las gentes del IBEX y de la patronal, aterradas por la masacre bursátil que la derrota del decreto-ley y la previsible crisis de gobierno desencadenarían. El gesto de «calma, calma» escenificado por las manos de Sánchez mientras reinaba en el hemiciclo el pandemónium y dirigido a las dos vicepresidentes del Gobierno sentaditas a su lado avala la hipótesis de la conjura y de que todo estaba atado y bien atado. Lo que insinúo parece excesivamente novelero, pero cosas veredes, amigo Sancho, y cosas hemos visto ya que dejan chiquitos a las novelas de Agatha Christie y a los embustes y fantasías del Barón de la Castaña.

La digitalización, que con tanto ahínco quieren imponernos, no es de fiar y menos aún lo es en asuntos tan delicados como el que el otro día se planteó en las Cortes

Cambio de tercio. También me resulta francamente incomprensible que Ciudadanos, en su abierta desbandada de ejército de Pancho Villa, haya votado a favor de la Ley de Reforma Laboral. El contenido de ésta, siendo malo, era en realidad lo de menos, pues lo que estaba en juego era la posibilidad de dar jaque casi mate al sanchismo cargándose el proyecto estrella de su mandato. 

Bien está, pasando a otro orden de cosas, denunciar el enjuague en el Constitucional, pero esa maniobra es un paripé, un mero brindis al sol, pues de nada va a servir un fallo que llegará, si llega, cuando ya haya terminado no sólo esta legislatura, sino incluso la siguiente. «Ahí me las den todas», pensará el Grandullón, que para entonces ya habrá hecho uso de las puertas giratorias y estará ingresando un pastizal. No hay en España ningún ex jefe de gobierno que no lo tenga. 

Pero lo que más me sorprende en la algarabía de comentarios que cité al principio es la, a mi juicio, pasmosa evidencia de que nadie haya puesto ni vaya a poner el dedo en la llaga del remoto origen de lo sucedido. Me refiero al voto telemático, que nunca es seguro y que se presta, como ya se ha visto en otras partes, a toda clase de manipulaciones, equivocaciones, falsificaciones, enmiendas, chanchuchos y chapuzas.

En otras palabras: la digitalización, que con tanto ahínco quieren imponernos en  todos los ámbitos de la sociedad, no es de fiar y menos aún lo es en asuntos tan delicados como el que el otro día se planteó en las Cortes. 

Déjense de moderneces y camelos informáticos, Señorías. Volvamos a la mano alzada.  

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