«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Lección vasca: «Nada hay más poderoso que una buena historia»

23 de abril de 2024

En su más célebre parlamento de Juego de tronos, Tyrion Lannister toma la palabra y dice: «¿Qué une a las personas? ¿Los ejércitos? ¿El oro? ¿Las banderas? No. Las historias. No hay nada más poderoso que una buena historia. Nadie puede detenerla. Ningún enemigo puede vencerla».

Las historias, en efecto. Y eso es lo que hemos visto el domingo en las elecciones vascas, como es lo que, a buen seguro, veremos en las próximas elecciones catalanas. «¿Y quién tiene una mejor historia —sigue Tyrion— que Bran el Tullido?». Es verdad: nada hay como esa historia de un niño inválido que a fuerza de tesón (y magia y otras cosas) termina coronándose rey. Del mismo modo, ¿quién tiene una mejor historia que los nacionalistas vascos y catalanes, esos pueblos superiores sistemáticamente reprimidos y explotados por una España cruel y zafia, depredadora e inculta, pero que a base de esfuerzo (y, en fin, algunos muertos) conquistan su soberanía? Por supuesto, esa historia es mentira, pero esto importa muy poco. La historia funciona. Lleva cuarenta años —en realidad, más— funcionando. Y en este caso, no porque sea la mejor historia, sino porque nadie le ha opuesto una historia diferente.

España, desde hace muchos años, ha renunciado a contar su historia. Porque el poder nunca ha querido. La izquierda, porque ha terminado asumiendo la historia de los separatistas. Y la derecha, porque ha preferido pensar que todas las historias son mentira y que sólo importa… ¿qué es lo que importa? ¿Los ejércitos, el oro, las banderas, como dice el gnomo Lannister? Oh, sí, ahí tenemos a la Guardia Civil, pero ésa, seamos sinceros, es una posición defensiva. ¿El oro? Sí, también: privilegiando a unos con el cupo y a otros con una deuda monstruosa, pero el oro, lejos de suscitar agradecimiento, sólo ha levantado vindicaciones más inflamadas. ¿Las banderas? ¿Pero qué banderas, si aquí parece que no importan más banderas que las de la selección de fútbol?

«Bueno, está también la ley», dirá el moderado. Pero ninguna ley es capaz de vencer a una buena historia. Es como cuando se intentó combatir al nacionalismo (a «todos los nacionalismos», nos decían) con el artefacto del patriotismo constitucional. Es ridículo. El relato nacional atañe a algo que forma parte de la condición antropológica humana: la sed de identidad, por lábil, complejo, confuso y hasta fantasioso que pueda llegar a ser este concepto. Lo «constitucional», por el contrario, no es más que una efímera convención jurídica que uno sólo acepta a falta de algo mejor. El dinero, las armas o la ley pueden imponer obediencia (durante un tiempo, al menos), pero nunca suscitarán el menor amor, nunca emocionarán a las gentes, nunca lograrán que se transmitan de una persona a otra y de una otra generación. Nunca podrán sustituir a una buena historia.

¿Queréis detener la deriva letal de los separatismos? Empezad a contar una buena historia. Una historia que, además, será verdad, porque ni España puede existir sin lo vasco y lo catalán, ni lo vasco y lo catalán pueden existir sin España. En el fondo, la verdadera pregunta es por qué nuestros poderes públicos han renunciado siempre a contar nuestra historia, a proponer un relato nacional español. La respuesta sólo puede ser inquietante. Pero es precisamente ahí donde hay que empezar a actuar.

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