Letizia se ha caído en una lata de melocotón en almíbar. No le encuentro otra explicación al repentino cambio de la hasta ahora Reina de las Nieves.
Aúrea, angelical, risueña, sobria, elegante, etérea, impecable. La recién descubierta Letizia consiguió el pasado jueves con sus caídas de ojos, tímidas sonrisas sólo auténticas en las solteronas descritas por Jane Austen y arrumacos artificiales y cansinos al recién proclamado Rey, picar los dientes de los millones de españoles que seguían la ceremonia.
¿Una ceremonia demasiado austera? ¿Exenta de boato? ¿Sencilla en demasía? Si de algo hubo de más, fue de empalago. La Reina no escatimó en sonrisas durante las más de ocho horas de actos institucionales. O su cirujano se ha pasado con el bótox o iba hasta arriba de Lexatín. Una sonrisa que sólo cabe calibrar a la altura de las de Concha Velasco en los noventa. No me la creo.
Como no es verídico tampoco que la abdicación estuviera decidida y agendada desde enero pasado y la ausencia de royals fuera una decisión premeditada. Tururú. ¿Quién querría perderse al príncipe Carlos de Inglaterra vestido de uniforme comparando sus galones con las camisas satinadas de Bisbal? ¿A qué Borbón no le apetecería acabar en D’Angelo de copas con Carlos Gustavo de Suecia? Imagino perfectamente a Haakon y Mette Marit de cañas por la Latina con Pablo Iglesias y su «Podemos… introducirnos en Noruega». Y los chavistas dando palmas con las orejas y organizando una coronación exprés a Nicolás Maduro.
Pablo Iglesias es a la política lo que Mette Marit a la realeza. Un outsider que en tiempo récord consigue conquistar a sus detractores. Lo contrario que le pasa a la Leti, que no cae bien ni a propios ni a extraños.
Si Letizia no fuera Letizia, habría cena de gala previa a la «Coronación», bancadas repletas de royals y aristócratas, intercambiaría tips maternales con Marie Chantal y Máxima Zorreguieta. Se iría con Mary Donaldson de compras por Ortega y Gasset y al Ritz a brunchear con el resto de reinas y princesas. Felipe podría invitar a sus primos y amigos a Baqueira y serían felices y comerían perdices. Sin embargo, con Letizia, ya sea seria o sonriente, callada o indiscreta, sumisa o marimandona, tendremos siempre una Monarquía de andar por casa. Sin pompa ni boato. Con estandartes rojos antes que azules. Con conciertos alternativos y amigos progres. Ayudando a los saharauis antes que a Cáritas. Y diremos para siempre aurrevoire a Carolina, goodbye a Kate y William o, como preferiría, la nueva Reina: «Muchas gracias, moltes gràcies. eskerrik asko, moitas grazas».