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Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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Los caprichos de Ana Obregón

30 de marzo de 2023

Ana Obregón, a la edad de 68 años, ha comprado a un niño por gestación subrogada en un hospital de Miami, de donde ha salido en silla de ruedas como si hubiera acabado de parir. Faltaría ver a la esclava que ha vendido a su hijo, que seguramente habrá salido a pie y por la puerta de atrás. 

No deberías poder comprar un niño por gestación subrogada nunca. Y tampoco deberías poder adoptar a un niño a la ya más que avanzada edad de 68 palos. El niño necesita recuperar lo que ha perdido y tenerlo por más de veinte años en buenas condiciones o tendrá que volver a buscar, y no se trata de condenarlo a una búsqueda constante. 

Muy inteligentemente la naturaleza esteriliza biológicamente a las mujeres a los cuarenta y pocos años. Y fíjese el lector que he dicho biológicamente, pues espiritualmente una mujer siempre puede ser madre, como lo son las religiosas que tanto bien nos hacen con su oración discreta y su silencio. 

Si Ana tiene la vocación de abuela a flor de piel, podría trabajar de voluntaria en un orfanato, cuidando y ayudando a los niños a encontrar una nueva familia. ¡Qué bonito sería eso! 

Y además, la naturaleza que, como decía antes, es sabia, por alguna razón ha previsto que no sea posible engendrar vida sin el concurso de un varón y una hembra. Nunca. 

Una madre soltera, por muy grande que sea su capricho, no debería poder meterse en este embolado. Nunca es cosa buena saltarse a la torera las leyes de la naturaleza. Cosa diferente es que, habiendo formado ya una familia, alguien se quede soltero por razones diversas. Entonces es una situación a la que hay que adaptarse y aceptar siempre conscientes de que no es la óptima para los hijos. 

Pero lo de Anita, como lo de tantas otras y otros, no es acoger la realidad que a uno le toca en suerte, sino ir a buscarla deliberada y caprichosamente, condenando al hijo a seguir viviendo en una familia desestructurada. Sin aquello que la naturaleza tenía previsto para él y para todos los niños del mundo.  

Este es el drama de tantos niños. Que hay un montón de adultos, me da igual si egoístas o bienintencionados, que los ven como un capricho al que uno tiene derecho, no como un don que uno acoge. Y los lectores sabrán cómo acaba un capricho. 

Empezamos eufóricos, pensando que es algo a lo que tenemos derecho y que está a nuestra libre disposición para hacernos felices y, cuando nos cansamos, lo aparcamos en el salón (en este caso delante de la tele) y a por el siguiente capricho.

Los adultos caprichosos tendrían que saciar sus apetitos comprándose ropa cara, comiendo en buenos restaurantes y viajando a lugares exóticos. Pero no jugando con la infancia y la adolescencia de tantos niños que sólo necesitan lo que la naturaleza tenía previsto para ellos y que alguien (quizá también por capricho) les ha arrebatado: un padre y una madre que lo acojan como lo que es, un don de Dios que siempre nos queda grande. 

Y si los caprichos tuvieran grados, el de Ana está en lo más alto. El suyo no es ni siquiera un niño abandonado en un orfanato que haya perdido a sus padres. Ella ha pagado a una mujer para que engendre una nueva vida y se la entregue. Y esto es más feo que pegar a un padre. 

Los hijos sí tienen derecho a recuperar lo que un adulto les ha arrebatado. Los adultos no tienen ningún derecho a ser padres sí o sí. Que por lo menos no vistan como tal lo que sólo es un capricho. Un capricho que hace mucho daño.

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