Barcelona es āo era, antes de la vulgar era Colau-, una ciudad guapa, rica, muy bien hecha, con el atractivo estĆ©tico y panorĆ”mico de la mar. Una mujer despampanante, pero sosa, y en la actualidad, amargada.Ā Madrid es irregular, monumental, ciudad de barrios, alegre y abierta a todos los visitantes. No tiene mar, pero es la mujer atractiva por definición. La belleza por sĆ sola es cansada, y el atractivo se renueva, mejora y gana con los aƱos. Muchos, salvando las distancias romanas, comparan a Barcelona con MilĆ”n y a Madrid con Roma. Y no. Ni Barcelona es MilĆ”n ni Madrid es Roma, aunque su riqueza monumental, artĆstica, y arquitectónica sea de las mĆ”s caudalosas de Europa. Si la Sagrada Familia de GaudĆ se hubiera levantado en suelo madrileƱo, no serĆa un monumento excesivamente visitado por el turismo. Se considerarĆa un templo curioso, original y poco mĆ”s. Madrid no tiene mar, pero en sus alrededores se alzan los Reales sitios y sus bosques y jardines infinitos. El Escorial, La Granja de San Ildefonso, Aranjuez, RiofrĆo, El Pardo⦠Por otra parte, el mar es un adorno precioso, pero las mĆ”s impresionantes e históricas ciudades de EspaƱa no cuentan con la presencia de ese adorno, porque no lo necesitan.Ā Sevilla, Córdoba, Salamanca, Toledo, Ćvila, Segovia, Santiago de Compostelaā¦Ā
Los catalanes, especialmente los barceloneses nacionalistas, padecen de una envidia incurable, una metƔstasis de envidia que no pueden controlar
En Madrid no hay rencores. AhĆ estĆ” la plaza de DalĆ, al que Barcelona ha condenado al silencio por manifestarse espaƱol, monĆ”rquico y catalĆ”n. Y los grandes museos, desde El Prado al Thyssen, pasando por el Reina SofĆa, el Arqueológico, el Naval, el LĆ”zaro Galdiano, el Sorolla, las Descalzas Reales, y el portentoso Palacio Real. Se dice que el mayor pecado espaƱol es la envidia, y me gustarĆa matizarlo. La sĆntesis de la envidia es la de Barcelona a Madrid. Les duele la capitalidad y la sabidurĆa de la Corte. La Villa y Corte. Madrid con 100 euros en el bolsillo es mucho mĆ”s aprovechable que Barcelona con 1000. Conozco a pocos sevillanos, castellanos altos y manchegos, caracterizados o apresados por su envidia. Los catalanes, especialmente los barceloneses nacionalistas, padecen de una envidia incurable, una metĆ”stasis de envidia que no pueden controlar. Y he trabajado los Ćŗltimos aƱos con el mĆ”s envidioso de los catalanes, que para colmo, no es nacionalista. El F.C. Barcelona es mĆ”s que un Club, y el Real Madrid es sólo un Club, pero el mĆ”s no disimula su envidia por el sólo. La guapa nada tiene que hacer si es comparada con la atractiva. Por mucho que se pinte, por mucho que enseƱe, por mucho que hable, termina desconsolada de envidia hacia la atractiva, que se pinta poco, enseƱa lo que quiere y habla con la vieja gracia de la Corte. Gracias a los envidiosos, Madrid se estĆ” convirtiendo en la ciudad elegida por los desertores de la aldea, porque Barcelona, esa grandiosa ciudad, ha descendido intelectual y culturalmente a la aldea y el campanario. No es justo que se hable de la envidia espaƱola, cuando Ć©sta es singularmente un defecto regional. La envidia catalana, acomplejada, iracunda, devoradora y metastĆ”tica. Si la envidia es espaƱola, Barcelona es la ciudad mĆ”s espaƱola del mundo, y lo seguirĆ” siendo.
La envidia puede llevar a los envidiosos hasta la frontera de la perversidad. Lo hemos comprobado con la actitud feroz e inhumana de las vacunaciones. La Generalidad de CataluƱa ha vacunado al 100% de los Mozos de Escuadra ā los idiotas de los medios de comunicación no catalanes han caĆdo en la trampa y escriben āMossosā-, y solamente a un 15% de los guardias civiles y policĆas nacionales destinados en CataluƱa. Hasta ese grado de miseria, tambiĆ©n flor de la envidia, han llegado los responsables de la Salud PĆŗblica catalana.
Es mucha la antipatĆa, el odio, los desprecios, las injusticias y el desdĆ©n que hemos soportado los madrileƱos de los nacionalistas envidiosos en los Ćŗltimos aƱos
Nadie que envidia tiene capacidad para sentirse bien y medianamente feliz. La felicidad no es plena, porque solamente los tontos pueden acceder a la plenitud. Pero a esa aproximación a la placidez no se puede llegar con la envidia paleta y corrosiva como Ćŗnico valor. Es mucha la antipatĆa, el odio, los desprecios, las injusticias y el desdĆ©n que hemos soportado los madrileƱos de los nacionalistas envidiosos en los Ćŗltimos aƱos. Y lo hemos hecho porque creemos que son nuestros compatriotas y nuestros hermanos, y que algĆŗn dĆa se liberarĆ”n de sus complejos. Pero hoy por hoy, Madrid y Barcelona han dejado de ser comparables. El envidiado no estĆ” obligado a comprender al envidioso. Madrid se limita a recibir con los brazos abiertos a los buenos catalanes, que no son pocos. Y en lo suyo, admirables. Los cataleƱos.