«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.
Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.

Los cayucos

16 de octubre de 2023

Daremos por supuesto en esta columna y en la reflexión que se pretende que la inmensa mayoría del pueblo español, salvo deshonrosas excepciones, es bueno. Esto es, que ayuda cuando puede con lo que puede; que trata de echar una mano ante una situación de emergencia y que, con diferentes matices, comprende y aplaude la necesidad de contribuir con parte de ‘lo nuestro’ a que otros pueblos, otros países, puedan vivir mejor. Así se demuestra, al menos, cuando España se corona ‘líder mundial’ en trasplantes de órganos, con el 86% de las familias consultadas aceptando que, al morir, su ser querido dé vida a otros. También con las donaciones o envíos de ayuda humanitaria ante catástrofes naturales o de otra condición. En resumen, parece que no se puede colgar la etiqueta de insolidario al español medio.

Y por eso fastidia más el relato cínicamente buenista que la mayoría de políticos y medios de comunicación trata de incrustar a machamartillo en la exhausta conciencia del ciudadanito que hace lo que puede por llegar a fin de mes, procurar un futuro próspero a sus hijos y enseñar en casa los valores que han engendrado generaciones y generaciones de gente de bien.

Viene esto a cuenta de la grave crisis migratoria que se vive en El Hierro y, sobre todo, de los lacrimógenos reportajes que esta crisis procura en no pocos medios de comunicación, que han decidido disfrazar de rosa el horror para endulzar así el trago amargo que se nos viene.

Se viralizaba hace unos meses el vídeo de un intrépido reportero que se coló en una manifestación ‘proinmigración’ (las comillas alertan del perverso uso del lenguaje, pero de eso hablaremos otro día) y, cuadernillo en mano, pidió a los manifestantes que se apuntaran en una lista para acoger a un inmigrante sin recursos en su casa. Lo adivinan, ¿verdad?: «Lo haría si tuviera espacio»; «Vivo de alquiler y me lo prohíben»; «Lo haré, pero no ahora»… y el cuaderno quedó tan revelador como vacío. Porque una cosa son los eslóganes y otra la realidad. Una cosa es decir welcome refugees —ay, si a Suecia o Alemania les permitieran viajar en el tiempo, cuántas escenas de aquellas se ahorrarían hoy— y otra dar techo, comida y una vida digna a miles de personas que llegan, literalmente, con lo puesto.

¿En qué momento ha normalizado España que cientos de jóvenes, algunos ancianos e incluso algún que otro bebé tengan que jugarse la vida en el océano para tener un futuro? ¿Por qué se hace del ‘morir o llegar’ una opción aceptable en lugar de denunciarse lo inmoral del asunto? Son ellos; los mauritanos, los ghaneses, los senegaleses que se embarcan en cayucos los que pierden. Pierden a sus familias; pierden a su patria; pierden, incluso, la vida. Pero hay más víctimas.

Dejemos de lado el aspecto nada baladí de la seguridad. No incorporemos a esta columna ese elefante en la habitación del que los políticos reniegan y centrémonos en la pura cuestión material. Que el estado de bienestar (cada vez menor, pero bienestar) construido en Occidente es finito es un hecho. Que para mantenerse necesita seguir acumulando recursos de los contribuyentes, también. Que Europa es más pequeña que África es un tercer hecho y, que en esa Europa más pequeña que África hay gente, mucha gente, que necesita de la ‘solidaridad’ ciudadana es otro —el cuarto— hecho constatado.

Pasen una noche en urgencias; pregunten por las listas de espera para intervenciones quirúrgicas; interésense por los solicitantes de ayudas para la dependencia que esperan, impacientes, una respuesta del Estado; paseen por las calles de Madrid o Barcelona; escuchen las historias de quienes duermen en la calle; atiendan, si pueden, las llamadas de auxilio de madres solteras (de las españolas, y de las que han venido a trabajar legalmente a España) que combinan tres trabajos para llevar el pan a su casa y no tienen dinero ni para el dentista… Bajen, políticos y periodistas del buenismo caviar, de la solidaridad de rifa benéfica, a la cruda realidad y dígannos que sí, que las miles de personas llegadas a El Hierro son una buena noticia para su país y el nuestro que en nada alterará la vida de unos y otros. Convenzan al personal de que es posible ayudar sin límite; acoger sin límite y atender sin límite.  

Y, como no pueden hacerlo, déjense, por favor, de martirizarnos con historias para llorar y dedíquense a denunciar a quienes, desde Europa y desde África, no hacen lo que deben para evitar la tragedia de los cayucos. 

Cero euros de España para quienes colaboran con las mafias de tráfico de personas. Cero euros para los negreros del siglo XXI y para las oenegés que los avalan. 

Política firme de defensa de las fronteras; no más efecto llamada y sí una vigilancia marítima que socorra, por supuesto, a quien necesita auxilio en el mar, pero no para llevarlo, a modo de taxi, a puerto europeo, sino para retornarlo al primer puerto seguro del norte de África. Audacia diplomática y firmeza política para que ningún dirigente africano utilice mareas humanas como arma de presión a Europa. Ayuda —auditada y vigilada— a los países de origen, para que esos jóvenes no tengan que elegir entre morir o llegar. Y, sobre todo, valentía política para reconocer que el emperador está desnudo; que lo que hoy venden, con lazo, como solidaridad de la buena no es más que el camino hacia el desastre colectivo.

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