«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Los desesperados

29 de abril de 2021

Mi amigo Manolo estaba cansado del poco caso que le hacía su novia y decidió simular un paro cardíaco para despertar su ternura. Caminaban los dos por la playa en silencio. Exclamó algo más o menos épico, y se dejó caer en la orilla como una hoja seca. La chica continuó su paseo y solo lo echó en falta cuatro horas después, cuando se dio cuenta de que anochecía y faltaban las llaves del coche, que estaban en el bolsillo de Manolo, que por entonces se recuperaba del susto de haber tenido que repeler a golpes la maniobra boca a boca que intentó practicarle el gordo alemán alcoholizado que se lo encontró en la orilla haciéndose el muerto.

—Cariño, me ha dado un infarto. He estado tres horas inconsciente. He visto el túnel negro y una luz al final, y a todos mis amigos difuntos…

—Manolo, ¿y si te ibas de juerga con los colegas, por qué demonios te llevaste las llaves del coche?

Manolo y yo teníamos en común una circunstancia: la desesperación de saberlo todo perdido

Durante un breve periodo de tiempo fui alumno impuntual. A menudo recibía reprimendas por llegar tarde a clase. Algún día gris y lluvioso de 1997. Seguro que era noviembre. Latín a segunda hora, mediada la lección del día. Llego al colegio. Tercer día consecutivo con retraso. Y esta vez, récord. Una sopa monumental en el cerebro. Toc, toc. Abro la puerta. Cruce de miradas con don Carlos, que truena en silencio desde su mesa. Bostezos rutinarios de todo el personal, a falta de palomitas. El profesor se incorpora hacia mí, que asomo el pico por la puerta aguardando permiso para entrar. La madre de todos los gritos:

—¡Díaz! ¿Qué horas son estas de llegar?

Y Díaz, a la desesperada, buscando empatía entre una somnolencia brumosa.

—Disculpe, no lo sé. A propósito, ¿tiene usted hora?

Estruendo y risas en el aula. Sale volando el libro de latín hacia mi cráneo. Lo esquivo como en Matrix. Brama. Que cierre la puerta, pero por fuera. Tragedia absoluta. O, como dijo Terencio: Hinc illae lacrimae! Castigo esperado: sin recreo una semana. 

Por suerte, ciertos niveles de corrupción escolar entonces estaban bien vistos. El profesor se quedó ese día sin tabaco. Aun no fusilaban a los maestros por fumar en la escuela. Vi la salvación en la circunstancia. Me dejé incautar mi cajetilla ilegal a cambio de la condonación de la pena. Salvado por los pelos. O, como dijo Cicerón: aegroto dum anima est, spes ese dicitur.

Manolo y yo teníamos en común una circunstancia: la desesperación de saberlo todo perdido. Él intentó hacerse el muerto y yo probé suerte con una pregunta estúpida. Pero Manolo se sabía vivo y yo conocía perfectamente la hora. Todo salió mal. Las intentonas de los desesperados son las más peligrosas.

Todo lo que la derecha puede hacer es mantenerse firme y sin miedo. Solo eso transformará las operaciones socialcomunistas en los aspavientos ridículos de un exasperado

Y esto es, a grandes rasgos, todo lo que debes saber sobre la deriva de la campaña madrileña. Las izquierdas han perdido la esperanza. El chico de los pucheros busca hueco en portada todos los días. El exfraile duerme el sueño de los injustos. Y la madre y médica, que es madre, y también es médica, vaga por el área por si le cae un rechace. 

A medida que se aproxima el día 4, se ven más desesperados. Después de un año de pandemia, los madrileños no están para bromas. Pero perder Madrid es el comienzo del final para Sánchez. Alguno se hará el muerto. Alguno buscará estúpidamente la empatía del votante. Y la izquierda en bloque retozará en el barro, porque para ellos el fin siempre justifica los medios. Todo lo que la derecha puede hacer es mantenerse firme y sin miedo. Solo eso transformará las operaciones socialcomunistas en los aspavientos ridículos de un exasperado. Simularán otro infarto. Lo intentarán, tal vez, todo. Y sobreactuarán, mucho. Pero su derrota se cocerá ahí precisamente, en el juego peligroso de la sobreactuación. Porque es muy delgada la línea que separa el drama impostado de la comedia tronchante. Manolo ahora ya lo sabe. 

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