«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

Los evaporados de algunos grupos

26 de enero de 2022

Mi amigo Juan Francisco (Pancho) Marsal, fallecido en accidente hace más de cuarenta años, me enseñó muchas cosas de la Sociología y de la vida. Nos conocimos en Nueva York, en 1961. Él venía desde Princeton para conocer a mi maestro Juan J. Linz. Pancho Marsal fue el introductor de la Sociología en Cataluña en los años 70 del pasado siglo. Un signo: la fundación de la revista Papers (una palabra que se escribe lo mismo en inglés y en catalán). Una de sus ideas más trepidantes fue la noción de los evaporados de muchas familias. Fue algo que descubrió tras sus largas estadías en la Argentina y en los Estados Unidos de América. Le sirvió para estudiar las andanzas y tribulaciones de un indiano catalán en su fascinante libro Hacer la América. Es un buen ejemplo del método de las historias de vida.

A lo que voy. La cosa es que, en muchas familias, se observa la notoria ausencia de un pariente cercano (padre, madre, tío, hermano, etc.). Es el evaporado. No se trata de que resida en otro lugar, sino que, literalmente, no se sabe bien dónde vive y no se deja ver en los encuentros o reuniones familiares. Llega, incluso, a desaparecer de las colecciones de fotos guardadas en el hogar. Los adultos del círculo familiar saben, vagamente, de su existencia, pero los niños no tienen claro el perfil de esa persona. Es más, no parece importarles mucho tal averiguación. Es como si ese pariente no existiera. No se da una explicación suficiente de tan extraño suceso. No se manifiesta ninguna culpa por la falta de relación con el ausente, aunque la procesión vaya por dentro.

Los evaporados representan una rara virtud de la vida pública española: el general menosprecio por las pasadas glorias, por la inteligencia y la experiencia ajenas

Este fenómeno no se debe confundir con el hecho de que haya algún pariente considerado marginal por razones de su conducta; por ejemplo, próxima al delito. No, el evaporado es, simplemente, un individuo del círculo familiar, perfectamente, respetable, pero, que no aparece, no se cuenta con él. Además, lo, verdaderamente, estrambótico es que, siendo esta una figura tan rara, sea tan corriente en muchos grupos familiares o de parentesco. Tampoco, el evaporado suele sentir muchos agobios por contactar con el conjunto de la parentela. Digamos que se resigna a su suerte. Es más, llega a olvidarse de la causa inicial de su exclusión del tronco familiar.

El misterio de los evaporados, como metáfora, se podría trasladar a la vida de los partidos y otros grupos políticos, los escalafones de los altos cargos. No deben confundirse con los que llevan el prefijo de ex, por su antigua posición. Hay muchos exes (si se me permite el plural) que se encuentran muy bien instalados en su nueva singladura. Sin embargo, junto a ellos, destacan, por su ausencia, algunos tipos más, propiamente, evaporados. Son personajes de cierta consideración, que nunca dejaron de serlo, pero que, ya, no se muestran en público, no se sabe por qué. Sus antiguos conmilitones no parece que los echen de menos. Diríase que padecen una especie de ostracismo real. Mejor sería decir que representan una rara virtud de la vida pública española: el general menosprecio por las pasadas glorias, por la inteligencia y la experiencia ajenas. Solo, cuando fallecen, algunos de esos evaporados sociales reciben el oportuno homenaje póstumo con toda suerte de ditirambos.

Tanto en el plano familiar como en el público, la permanencia del fenómeno de los evaporados tiene mucho que ver con la envidia, una oscura sensación íntima. Se trata de la ambivalente actitud de querer ser como el otro cercano, pero sin acertar a realizar tal deseo.  De ahí, que su salida más cómoda sea alejarse del modelo. Su manifestación más visible es el resentimiento: el quiero y no puedo. Eso es lo más nuestro.

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