«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los Lapsi y el mal menor

15 de mayo de 2015

Cuando los primeros cristianos llegaron a Roma convertida en capital del Imperio universal, se encontraron de bruces con la divinidad del Emperador y obviamente empezaron los líos, pues, ¿como se podía adorar a un hombre derrotado en la Cruz, ante la grandeza del gran caudillo en vida? Se iniciaron las persecuciones, las catacumbas y el martirio, que ya venían de largo y sufrido viaje. Ante los infernales tiempos que corrían, repleto de sacrificios, dificultades, penurias y muerte aparecieron los Lapsi, conocidos como aquellos cristianos que abjuraron de su fe ante dicho acoso descomunal. Incluso existían diferentes grupos de ellos, según queétipo de traición o negación cometían y ahí empezó una larga historia que mas tarde partió hacía oriente. 

Dios me libre de juzgar a nadie, ¡quien soy yo para eso!, siempre lo he pensado, pero con los años uno agudiza con modestia la sabiduría y entierra vanidades inútiles, aunque el orgullo y la dignidad deben mantenerse siempre con humildad, por aquello de la noria, unas veces estás arriba y otras abajo, con lo cual respeto al prójimo, que es una buena costumbre que nadie debería perder.

¿Y quiénes son los Lapsi de nuestro época?, pues aquellos que no dan la bienvenida a los tiempos difíciles e inmediatamente desalojan el lugar, no sea que les vean con quien no deben. En definitiva la tropa del “mal menor”, salvadores siempre del mal ante las teóricas dificultades de que triunfe el bien. Claro que no es lo mas correcto comparar aquello con esto, pero hay ciertas similitudes y creo que nos pueden servir. 

Partiremos de un  hecho relevante e indiscutible, en aquellos tiempos de los primeros cristianos se jugaban literalmente el pescuezo por su testimonio de Fe, quizás alguno pensaba que, en fin, para morir en el foro devorado por los leones era mejor seguir siendo civitas, vamos ciudadano,  para hacer bondades en vida, con lo cual se prestaban a embadurnar de incienso y beneplácitos o se postraban apocados complaciendo a quien algún día también iba a morir, a pesar del morituri te salutant y en paz, la conciencia tranquila y a otra cosa. En cambio otros sin renunciar a su Fe, pasarán por la persecución. Si bien es cierto que el martirio es una cosa seria y su causa la Cruz es el gran agarradero a nuestra salvación, incluso en este paso temporal por la senda de la vida. 

Sabemos que la política (en minúsculas) tiene todo de coyuntural y desde esa perspectiva la “cosa pública” como postura ante una forma de organizar la sociedad es un tema, pero como bastión donde defender grandes principios que van mas allá de la propia ordenación que rige el derecho positivo, es otra historia. Me explico unos defienden que lo importante por ejemplo es el IPC, la inflación o la prima de riesgo y otros la defensa del concepto tradicional de familia, una sociedad sana y la defensa de la vida desde su concepción. Sin extendernos más, con ello nos basta.  Los primeros argumentan que sin eso no es posible lo segundo y los otros que, si obviamos los grandes principios no sirve de nada lo primero.  Hasta aquí alguien puede pensar que las dos son posiciones lícitas, salvo que, cuando nos olvidamos de lo importante lo efímero toma carta de naturaleza y adiós a los valores, señores que nunca mueren. 

Efectivamente la conjunción de ambas cosas sería lo ideal, pero es difícil encontrarlo. Algunos defienden, incluido el Santo Padre, que es necesaria la intervención de los católicos en la vida publica, pero ¿cómo y dónde? Así pues ¿es compatible ser católico y estar en una organización que no defienda ninguno de sus principios? ¿O simplemente alguno?. Es complejo todo ello y en el ínterin, la mayoría de los católicos se aproximan a aquellas organizaciones que se denominan liberales que no es sinónimo necesariamente de libertad o a otras a priori solidarias, que no es lo mismo que justicia y ahí desde el orden temporal influyen en lo permanente y poco a poco nos alejan de lo trascendente.

Cuando el relativismo moral, instaura como jueces a los hombres para sentenciar lo que está bien y mal, se olvida lo importante e inmutable aupando lo temporal. No, eso no es bueno y aquí andamos regenerando continuamente la sociedad, cuando lo importante primero es nuestra propia transformación, ser apóstoles permanentes de nuestras creencias, apuntar a la luna aunque nunca demos a la farola porque siempre miramos más allá, no perder la polar de nuestro sentido en la vida, saber ser y no tan solo estar, vivir en plenitud o morir en la barbarie y una vez hecho eso, hablaremos en esta falsa democracia convertida en corrosiva partitocracia. Sí, posiblemente iremos a votar, pero que nadie abochorne, abronque o maldiga a quien no complace sus pensamientos, del bien o del mal, yo no lo haré. Y de momento, me gusta que los domingos sea fiesta, no para que algunos no trabajen, sino para que la mayoría puedan tomar un aperitivo después de misa y comer en familia que ese si es un gran pilar. 

En fin, todo el mundo tiene derecho a emular a los Lapsi de aquellos tiempos, pero estos tiempos difíciles necesitan de cimientos sólidos que recuperen las esencias de una sociedad sana, que además sepa gestionar bien y en justicia los escasos recursos, eso es la economía, pero solo eso. A partir de ahí cada cual con su conciencia, pero que sepa que el bien siempre es posible salvo que le neguemos la voz, algunos llevan tiempo intentándolo otros menos, pero cada vez hay más. 

Por cierto el otro día en un acto público se instó al personal a guardar un minuto de silencio o “quien quisiera rezar una oración” en recuerdo de los fallecidos en el accidente del Airbus, la gente espontáneamente rezó un Padre Nuestro que sonó atronador, limpio y con fuerza. Sugerencia para el futuro: Que se rece la oración y quien quiera, guarde un minuto de silencio. De eso no hay que avergonzarse como aquellos Lapsi. 

 

 

 

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