Llegan las vacaciones de Semana Santa y con ello la constatación del carácter antirrevolucionario del español. No contrarrevolucionario, que eso sería otra cosa. El español ni es revolucionario ni es contrarrevolucionario, es lo contrario de las dos cosas y se percibe en cuanto llega el buen tiempo y se echa a la calle, se echa a las autovías, coge trenes, aviones, e invade las terrazas. El francés quema Francia, el español se toma unas «cerves».
Aunque los hoteles no dejen de subir los precios, la ocupación será alta en Semana Santa. Informaba la prensa que alrededor de un tercio de los españoles viajará estos días y de los que no viajen, la mitad, más o menos, hará escapadas desde su casa. Pero había un interesante dato en la penumbra de la noticia: alrededor de un 30% ni viajará ni hará escapaditas. Casi un tercio de españoles se quedará en su casa.
Y esta división: un tercio viaja, un tercio hace escapadas y otro se queda viéndolo por la tele, recuerda a una clásica división sociológica según la actitud frente el poder: siempre hay un tercio que lo defiende de modo entusiasta, un tercio simplemente acomodaticio y un tercio contrario que quiere cambiar las cosas. Esta clasificación fue la antigua entre reaccionarios, conservadores y revolucionarios, y unas y otras vienen a decir lo mismo: que uno de cada tres habitantes está descontento, querría cambiar las cosas, incluso haría algo por cambiarlas.
Esta división parecía demasiado académica y demasiado optimista para España. ¿De verdad aquí hay un tercio disconforme y peleón? Pensábamos que no, pero esta estadística turística de la Semana Santa nos permite imaginar, pensar si no estará oculto ese tercio potencialmente subversivo bajo la forma del tercio poblacional que no vacaciona. Son los que no tienen un duro o los que, teniéndolo, no gastan por una especie de sobriedad en las costumbres.
La ciudad nos parecerá vacía, pensaremos que está todo el mundo en el campo, en el extranjero o en Sevilla, pero un tercio seguirá donde siempre y serán ellos los que muy probablemente digan la frase españolísima ante el disfrute vacacional o el consumo ajeno: «Habrá mucha crisis, pero mira la gente…», o bien: «Yo no sé la gente de dónde saca para tanto…». Son frases muy nuestras; son, en cierto modo, la voluptuosidad del que no hará nada, una forma placentera de murmuración. Y revelan algo: son frases muy españolas del que, siendo muy español, se asombra del español. El que no está en las terracitas parloteando, el que al pasar por ellas caminando con la parienta o el legítimo (porque ese paseo es gratis) suelta la frase con airecillo de condena estoica, de criticona censura: «La gente… no saben estarse en sus casas».
Ese tercio que ni tren, ni avión, ni hotelito rural, ni «gastrotour», no podemos decir que sea revolucionario, pero es lo más parecido a un tercio crítico que tenemos. En ellos cabe poner las esperanzas.