Pedirle a CiU que plantee una reforma constitucional en las Cortes es absurdo. Se publicó ayer que el presidente Rajoy reta a CiU para que promueva en las Cortes una reforma constitucional con objetivos claros. Desde luego, entre los retos que Rajoy lanza y los que él mismo tiene que afrontar, son muchos y muy graves los asuntos que acucian al presidente. Anteayer también formuló una especie de exigencia al BCE para que se comporte como la SEC americana o como el Banco Central de Japón, aunque en este caso sería más propio pedirle a Rajoy que promueva una reunión del Consejo Europeo y que saque adelante, contra los intereses de Merkel, una reforma en profundidad del Estatuto del BCE. Volviendo a Cataluña, pedirle a CiU que plantee una reforma constitucional con objetivos claros en las Cortes es tanto como pedirle peras al olmo. CiU, ontológicamente, sólo puede –mientras Mas la presida– seguir en la deriva independentista en la que su presidente y el entorno más cercano de este la han metido. Una reforma constitucional, por tanto, planteada en términos de claridad y de lealtad para con España hecha o promovida por CiU sería algo así como poder hacer un balneario de aguas termales en el Polo Norte. Pensar que CiU vuelva a la senda de la normalidad y de la aceptación de España como patria propia sólo será posible si hay alguien que, con imaginación suficiente, proporcione a Artur Mas una excusa, un motivo o una justificación tan perpendicular y fantástica que le permita desdecirse de todas las barbaridades que ha venido profiriendo desde el 11 de septiembre pasado. Yo estoy dispuesto a ser el primero de la suscripción necesaria para hacerle un monumento importante a quien consiga esa cuadratura del círculo y, sinceramente, no me parece –Dios quiera que me engañe– que se lo podamos hacer al presidente Rajoy.