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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La manzana era el futuro

9 de septiembre de 2014

No es descabellado vincular el fin de la modernidad con la comercialización de los primeros ordenadores personales, y por eso Apple -además de una multinacional- es todo un icono para un tiempo nuevo, o mejor dicho, para una forma muy particular de entender y vivir este tiempo. Los de Cupertino han demostrado que otra informática es posible, y que en el desarrollo y la utilización de todos los artefactos que nos rodean se le puede hacer un hueco al sentido común y otro a la estética. Hasta Jobs eso no lo sabíamos. Ahora llega otro iPhone a los escaparates -en realidad dos, el 6 y el 6 plus-, también una forma de pago -Apple Pay-, y hasta un reloj -Apple Watch- que serálo último en gadgets. Durante unos días tendremos noticias de chinos haciendo colas y cosas así, que en la posmodernidad hasta las marcas tienen sus groupies, y todo artefacto genera un friki.

Sin embargo, sin Steve Jobs, la manzana ya no estáigual de apetecible. Quizácon él se marchóla cara más curiosa del capitalismo, el genio que salió de otro garaje y fue capaz de entusiasmar hasta a los más sovietizantes, esos que se pasan la vida demonizando a los mercados. El comisario Monedero, por ejemplo, creo que usa un Mac para diseñar sus planes quinquenales y, muy pueril, tapa la manzanita con una cara de Gramsci.

Para Michel Houellebecq, Jobs era lo más parecido a un ingeniero de los que protagonizaban las novelas de Julio Verne, y por eso sus inventos nos devuelven ilusiones infantiles, porque descubrimos el iPad casi con la misma fascinación con la que nos adentraríamos en el Nautilus, el submarino de las 20000 leguas.

Sí, Jobs era bastante capitán Nemo. En los últimos tiempos incluso se parecía físicamente a la descripción de ese marino literario que conquistaba profundidades inexploradas. Sobre todo recordaba al Nemo de La isla misteriosa, también enfermo, en el que deslumbraba más su humanismo que su tecnología. Jobs era, en fin, el futuro entre nosotros. Pero un futuro mejor, en el que la técnica estaba de verdad al servicio del hombre, y no todas esas distopías apocalípticas -tan probables- que nos muestran un porvenir de hombres esclavizados por endiosados artefactos tecnológicos. Por miedos como este, en vez de rezar a Steve Jobs nos encomendamos a Ned Ludd, que era el tipo que se puso a romper máquinas en plena revolución industrial. 

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