«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Matracas insoportables

16 de agosto de 2021

Insoportables para mí… no pretendo que lo sean para los demás. Allá cada cual con sus manías, sus fobias, sus filias y sus pequeñas cosas, que son, al fin y al cabo, las que reflejan nuestro carácter y tejen la urdimbre de la vida cotidiana.

Voy a citar sólo dos, relacionadas ambas con la mala educación que desde hace ya varios lustros se imparte en los centros escolares y, sobre todo, con los nuevos usos y costumbres impuestos por la tecnología, los teléfonos móviles (esa maldición de proporciones bíblicas), el mundo virtual y la omnipresencia de esa araña venenosa a la que llaman internet.

Ninguna de las dos molestas matracas a las que aludo existían antes de que el Anticristo (Bill Gates) predicase en España, y en el resto del mundo, la buena nueva de lo que ladinamente presentó como autopistas de la información. Veinte años después ya sabemos que lo son de la desinformación y de la incomunicación. 

Aquella comparecencia urbi et orbi se produjo, creo, en 1998. Yo la presencié distraídamente en el telediario de las tres ‒era verano y estaba en Alicante‒, pero no reparé en lo que se avecinaba. El Arácnido Monstruoso, tan melifluo él, daba el pego y hasta me pareció simpático… ¡Claro! No iba a llevar ojos de azufre, rabo de lobo y pezuñas de macho cabrío. El Anticristo de Juan en Patmos tampoco lo llevaba. Pedro Sánchez es un guapetón. El demonio siempre disfraza su naturaleza. A san Antonio se le aparecía en forma de atractiva doncella despelotada. Hoy lo haría empoderada, pero viene a ser lo mismo, porque una mujer guapa y desnuda tiene poderes de diosa. Mefistófeles era el alcahuete de Margarita y un vendedor de crecepelo. Seguro que Fausto, por edad, no lo tenía. 

La primera matraca es el estúpido y molesto hábito, extendidísimo, de dirigirse al prójimo inquiriendo, después (o no) de darle los buenos días o las buenas tardes, que cómo está. 

¿Cómo que si estoy bien o que qué tal estoy? Esa pregunta es ominosa, una intromisión en mi vida privada

No falla. Da igual que sea una persona conocida o desconocida, un amigo, un enemigo, un familiar, un extraño, un colega, un vecino o el tendero de la esquina. Todos, a guisa de saludo, te dicen:

‒¿Cómo estás?

Hay una variante…

‒¿Estás bien?

Las dos tienen la virtud de exasperarme. Me entran ganas de responder:

‒¿Y a ti qué te importa?

No lo hago, por cortesía, pero por dentro bramo y me pregunto…

‒¿Tendré mala cara? ¿Habré envejecido en las últimas horas? ¿Le habrán contado a este entrometido alguna calamidad sufrida por mí o por mis seres queridos sin que yo lo sepa?

Y zas… Arruinada la mañana. O la siesta. O la tarde. O la cena.

¿Cómo que si estoy bien o que qué tal estoy? Esa pregunta es ominosa, una intromisión en mi vida privada, un abuso contra mi intimidad, un exceso de hipócrita y enojosa solicitud, y un ejemplo de pésima educación.

¡Limítense a saludar, coño, y no metan las narices  en las vidas ajenas! Si estoy mal, o regulín, o regulán, ya se lo diré yo si lo estimo conveniente. A nadie tengo por qué dar vela en mi propio entierro.

¿Exagero? Bueno, y qué. Quienes exageran son ustedes. Yo me limito a ser como soy Y si no les gusta, vuélvanme la espalda, y tan amigos. O tan enemigos. Mejor aún.

Hablando de amigos… Ninguno de los de toda la vida, que ya son talluditos y están bien educados, me pregunta al verme que qué tal estoy. Luis Alberto de Cuenca, Federico Jiménez Losantos, José Luis Garci, Andrés Trapiello, Fernando Rodríguez Lafuente… Ninguno. Quienes sí me lo preguntan son los de los planes de estudios posteriores al advenimiento de la democracia y, con más ahínco, quienes han crecido agarrados a las tetas de internet.

Sí, sí, ya sé… «...Morning. How are you?» O bien: «Bon jour. Ça va?». De acuerdo. Pero eso es en inglés o en francés. Aquí, de momento, en la Iberoesfera, todavía hablamos en romám paladino.

La segunda costumbre que me encocora es cuando suena el teléfono y quien llama, obsequioso, pregunta:

‒¿Te pillo bien?

¡Pero hombre de Dios! Si me pillaras mal, no te habría cogido el teléfono o, en todo caso, te habría dicho…

‒Perdona. Ahora no puedo atenderte. Enseguida te devuelvo la llamada.

Lo de pillar o no pillar bien es cosa que nadie decía antes. La culpa es de los móviles, que pueden pillarte en cualquier situación, por enojosa o laboriosa que sean. Pintando Las Meninas, por ejemplo, o cepillándote los dientes, o bajo la ducha, o sentado en la taza del váter, o lidiando con un inspector de Hacienda, o peleándote con la parienta, o espiando por la ventana a la vecina del quinto…

Con los teléfonos fijos no sucedía eso. No se llevaban encima y los telefonazos, si les dabas cuartelillo, siempre te pillaban bien.

La Araña nos complica la vida. ¡Voy a darle un zapatazo! Seguro que me clava su aguijón a través de las suelas.

‒¡Oiga, Dragó! ¿Es una humorada esta columna?

‒No lo dude, pero tampoco se olvide de que no hay nada más serio que el humor.

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