«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.
Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.

Media España es fostiable

28 de marzo de 2024

Algunas semanas, cuando me llega el día de publicar columna el jueves, ya estoy agotada. Si mis niños han dormido mal, y yo con ellos. Si he estado enferma o he recibido malas noticias, me parece, cuando me enfrento a la hoja en blanco, que soy una vieja escribiendo algo que no podrá importarle a nadie más que a alguno de ellos dos, y eso si tengo mucha suerte. A lo Meryl Streep en su carta-testamento de Los Puentes de Madison. Si la semana ha ido mejor, nos hemos dormido varias noches los tres abrazados fuerte, si hemos celebrado que les han tocado cromos de su colección de la Liga que no tenían, hemos cantado canciones todas las mañanas camino al cole o ha venido a cenar con nosotros alguien a quien queremos, me vuelvo consciente de que si Dios quiere y salgo a la mayoría de mis abuelos aún estoy lejos de la mitad de mi vida, de que ya dejo en el mundo lo mejor de lo que era capaz y además me siento con ánimos de alentar a otros a cosas importantes como tener sus propios hijos, vivir enamorado o disfrutar del bien, la verdad y la belleza.

A veces incluso he tenido tiempo de ir a hacerme la manicura, he leído a un compañero profesor —y a estas alturas, creo que amigo—, celebrar una pregunta de una alumna de veintipocos años sobre un libro que a priori no era fácil que le interesara, o he escuchado a un joven diputado defender con absoluta convicción causas en las que cree tanto como yo. Que habla sin complejos de soberanía, de recuperar las clases medias o de primar «la justicia sobre el egoísmo». Días en los que veo a un amigo de años aceptar un puesto político que supongo que le da tanta pereza como me daría aceptarlo a mi, pero que me recuerda que tengo la suerte de vivir entre un pequeño grupo de gente que siempre resiste cuando todo parece perdido porque, en realidad, como nos recuerdan estos días de Semana Santa, todo está ganado. Y en esos momentos no es que tenga ganas de escribir una columna, es que me apetece ponerme una túnica blanca y dorada y tocar la lira cantando que aún estamos a tiempo de dejarles a nuestros hijos un país mejor que el que tenemos, en vez de un horrible lugar a los musulmanes, como dice un tuitero bastante gracioso de cuyo nombre no consigo acordarme.

En realidad siempre soy la misma señora —claro— que ya está más cerca de los 40 que de los 30, consciente de haber conocido y perdido a la persona sin la cual la vida me resulta menos divertida y menos interesante. Sin dramas. Y afortunada por vivir en algo parecido a la aldea de los galos, pero sin tener el disgusto de ser francesa. Esas veces que soy bastante feliz y a la vez realista, y por eso más feliz si cabe, llego incluso a olvidarme de que la mitad de España es fostiable. De bofetada a mano abierta.

En fin. Que hay veces que casi no recuerdo que el cincuenta por ciento de mis compatriotas prefieren a Txapote y Puigdemont, o últimamente a la tal Itziar Ituño, que a Ortega Lara y Vidal Quadras. Que les parece normal que Rubiales pueda acabar en la cárcel por «un piquito» a una aprovechada en vez de por ser un —presunto— ladrón (yo que él me quedaba en República Dominicana). Que hay personitas que se espantan por una viñeta que compara al Gobierno destrozando España con el carguero que tiró el puente de Baltimore. Pero no porque el que casi se cae ayer con Falcon incluido entregue nuestra tierra a separatistas casi tan delincuentes como él. Que votan a una tipa capaz de decir que si no hay testigos quedan las testificales para aplicar la ley de Sí es sí porque ya les da igual cualquier nivel de maldad o idiotez, siempre y cuando la mala-idiota sea de los suyos. Que son incapaces de caer en la cuenta de que la Constitución sólo la respetamos ya —qué paradoja— los que no creemos en absoluto en ella, porque los que la mentan a diario la violan también cada día cual manada de árabes a jovencita española en Cataluña. Que son felices con que RTVE la vaya a presidir una inepta con cara de militante del PSOE porque es precisamente eso, militante del PSOE.

Gente a la que afortunadamente consigo vivir ajena casi todo el tiempo, pero que a veces sale de sus madrigueras para recordarnos a gritos en una manifestación que les gustaría matar al adversario político —nosotros—. O que hacen cola en esa taberna con pinta de sufrir brotes de salmonella que regenta un exvicepresidente y en la que se hace apología de la ideología más asesina que haya conocido el hombre. Los días en que veo mucho a estas personas, me arrepiento de no dedicarme a escribir necrológicas.

Afortunadamente, cada vez tengo más presente que estoy en el bando de los que hacen las preguntas correctas a cualquiera con apariencia de corrupto. De los que no aplauden al poder. De los que no mercadean con sus principios. De los que defienden los Derechos Humanos. De los que se fuerzan a creer en mayorías silenciosas —y bondadosas— igual de empeñadas en demostrar que no existen. De los que nunca dejarán de intentarlo todo por los que vienen detrás. Y así, las columnas de los jueves van saliendo.

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