«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

‘Midterm’, una lectura a la española

10 de noviembre de 2022

A la espera de los resultados definitivos, todo parece apuntar a que las elecciones de MidTerm estadounidenses llevan a una Cámara de Representantes en manos del Partido Republicano (aún queda por saber exactamente por cuánto margen, aunque parece que por la mínima) y que los demócratas retienen el Senado, también por la mínima. En cuanto a los gobernadores, la mayoría siguen siendo republicanos, pero los demócratas le arrebatarían Maryland y Massachussets, estrechando así la distancia.

A pesar de no contar con los resultados finales, se puede decir ya sin temor a la equivocación, que la marea republicana que auguraban todas las encuestas no se ha materializado; que Biden sigue siendo un pato cojo, pero no defunto; y que Trump debería pensarse bien por qué los candidatos que él personalmente ha apadrinado no han salido bien parados en esta contienda electoral.

Pero para extraer consecuencias hay que tener todos los datos y estudiarlos bien. Ya lo haremos. Ahora de momento me contento con algunas consideraciones aplicables a la situación en España.

¿Significa eso que hay que atarse a la moderación en el discurso político?  Definitivamente no.

1.- Las encuestas se siguen equivocando. Aún peor, a pesar de denunciarlas como trabajos para manipular a la opinión pública más que para ilustrarla, todo el mundo tiende a creerlas cuando le van bien en ellas y a criticarlas cuando los resultados son peores que los esperados. Vox se creyó vencedor en Andalucía y ese fue su principal error, pues condicionó su mensaje, el tono hacia sus adversarios y focalizar en exceso la campaña en el PP. No hay piel de oso que vender mientras no se cace al oso. Y eso no conviene olvidarlo ahora que todas las encuestas otorgan una mayoría de centroderecha para formar un Gobierno alternativo al actual socialcomunista de Sánchez. Pensar que hay que esperar pacientemente a que caiga la fruta madura puede llevar a tener entre las manos una fruta pocha. O peor, no verla caer.

2.- La polarización le ha funcionado muy bien a la izquierda demócrata, tradicionalmente más movilizable con campañas del miedo, a pesar de que los republicanos también creían que les iba a ir mejor agudizándola. No creo que vaya a haber diferencia en esto en España. Ya se lo oímos hace años a Zapatero a micrófono abierto con Iñaki Gabilondo (“cuanta más tensión, mejor; nos conviene muchísimo”) y es a lo que juega Sánchez y Podemos. ¿Significa eso que hay que atarse a la moderación en el discurso político?  Definitivamente no. Pero sí requiere que las propuestas y alternativas que se ofrezcan tengan que estar bien meditadas y resulten al elector no sólo necesarias, sino creíbles y que de verdad se van a llevar adelante, independientemente de las circunstancias. Seriedad y credibilidad. Y un tono que dignifique la política, no que la embarre. Siempre se ha dicho: puño de hierro en guante de seda. Es posible y deseable.

La ventaja de Vox es que puede dar la batalla cultural y de políticas que afectan directamente a muchos españoles

3.- Las divisiones en el seno del Partido Republicano, exacerbadas públicamente ante su electorado (entre trumpistas, tradicionales y rinos o republicanos nominales pero de tendencia a los demócratas) han dañado las perspectivas electorales más que aclarado la esencia de lo que debe ser el conservadurismo del siglo XXI. En España hay dos partidos y medio que se disputan el espacio a la derecha del PSOE: el PP, Vox y Ciudadanos. Yo no apostaría por el futuro de C´s por lo que quede, será siempre marginal, pero ya debería estar en la cabeza de todos que tanto el PP como Vox son fuerzas independientes que no van a desaparecer de aquí a las generales de finales de 2023. Hay un buen puñado de votos que puede trasvasarse de uno a otro, en la doble dirección. Y, por tanto, ese flanco hay que cuidarlo. Habida cuenta de que el discurso del PP sobre Vox se reduce a que Vox no cuentan con suficiente experiencia en la gestión pública, cada vez más débil, todo se reduce al llamado efecto del voto útil. La ventaja de Vox es que puede dar la batalla cultural y de políticas que afectan directamente a muchos españoles (inmigración, delincuencia, leyes discriminatorias…)  en las que el PP se encuentra incómodo, sin tener que recurrir a denigrar al adversario con quien se aspira a gobernar. Las descalificaciones generales en el mismo campo roban votos.

Hay quien cree que Sánchez está dispuesto a todo con tal de poder seguir volando en el Falcon a su antojo. Y no me extrañaría

4.- Los ciudadanos quieren propuestas que les resuelvan sus problemas, empezando por los más cotidianos. Los conservadores, como sabemos, pidiendo que el Estado no se meta en sus vidas y les deje hacer y los de izquierda, demandando del estado todo tipo de ayudas sociales que les haga irresponsables ante su destino. Y sus peticiones se expresan en su voto. Es verdad que, en algunos países, apelar a la opinión de los ciudadanos a través de un referéndum es un mecanismo constitucional. Pero no todos los países cuentan con una tradición de democracia directa. Y España es uno de estos. NI somos Suiza, ni Italia, ni Francia, donde este tipo de consultas cuentan con un engarce legal bien distinto al nuestro, discrecionario y meramente consultativo. La experiencia traumática del referéndum sobre la OTAN, olvidada por muchos, nos tendría que hacer pensar al respecto. No hace falta caer en el “arriolismo” del PP para saber que el español, lo que quiere, es que le dejen en paz, no que le obliguen a estar rumiando la política todo el rato. Justo para eso están las elecciones, de las que ya tenemos posiblemente demasiadas. Puede que exigir que los españoles nos manifestemos sea una apelación a la democracia verdadera, pero, sinceramente, yo no me gastaría ese dineral en consultas populares. Preferiría que se me dijera qué se piensa hacer y votar al Congreso y Senado en consonancia. Eso sí, que lo que se prometa se haga. La Meloni, el nuevo diablo de la Europa descreída, se ha acabado tragando a los inmigrantes a los que se negaba a aceptar en su suelo. Veremos si los envía a Francia, aunque lo dudo.

En fin. El cambio es posible, pero no es sencillo lograrlo

5.- Como siempre, en los recuentos electorales hay algún listillo que quiere meter mano en los resultados si no le gustan. Ahora mismo se repite la polémica sobre el fraude por parte de los demócratas en Arizona y veremos si no ocurre lo mismo en Georgia. En buena medida esto puede suceder porque la legislación americana confiere a la figura del secretario de estado de los Estados la supervisión y control del proceso electoral. Y no hace falta un fraude masivo para cambiar el resultado. Se puede alterar por un puñado de votos. Mucho se ha dicho aquí sobre la toma de control por parte de Sánchez de Indra, la compañía encargada del recuento de votos en España. Hay quien cree que Sánchez está dispuesto a todo con tal de poder seguir volando en el Falcon a su antojo. Y no me extrañaría, porque yo también creo que no respeta ninguna de las líneas rojas de un demócrata de verdad. Y lo peor es que no necesitaría en pucherazo tan burdo como el que le llevó a ser expulsado de la dirección del PSOE. Bastaría con manipular imperceptiblemente unos pocos votos aquí y allá para lograr que los restos le dieran ese último escaño en disputa al PSOE. Y lo digo con preocupación. Lo dijo Trump hace un par de noches: “Salgan a votar en masa para que la victoria republicana sea tan aplastante que el fraude no pueda con ella”. Aquí los partidos de la oposición no sólo deberían pedirlo, sino vigilar bien un sistema cuya imparcialidad y transparencia puede quedar en entredicho.

En fin. El cambio es posible, pero no es sencillo lograrlo. Y hay que trabajar para ello, activamente.

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