Digámoslo una vez más: el fútbol profesional es la industria del espectáculo deportivo. No es un deporte, como lo es eso que tantos ciudadanos particulares, solos o en compañía de otros, practican los fines de semana. Ni siquiera es un deporte en el sentido de la célebre sentencia de Juvenal mens sana in corpore sano; en el espectáculo deportivo se pone a los atletas al límite de sus posibilidades, y en no pocos casos por encima de ese límite gracias a la ayuda de productos estimulantes del rendimiento físico. Pero aun sin el dopaje, es muy difícil sostener que poner a los deportistas de élite al límite de su resistencia fisica sea algo que tenga que ver con la salud.
En la industria del espectáculo deportivo se mueve muchísimo dinero, que a veces suscita la indignación de algunos moralistas de pacotilla, que comparan los fichajes multimillonarios con el sueldo de un panadero, y, claro está, el panadero sale muy malparado. Esos pseudomoralistas consideran que su comparación pone a la luz una injusticia clamorosa que hay que denunciar, y son jaleados por las almas cándidas y los envidiosos a la vez. Pero no hay tal. La industria del espectáculo se nutre del dinero que millones de personas están dispuestas a pagar para disfrutar de él; y así, los Beatles amasaron fortunas muy importantes (y siguen ingresando enormes cantidades de dinero) gracias a que sus canciones les gustan a cientos de millones de personas, que pagan por comprarse un disco o por asistir -cuando era posible- a sus conciertos. Lo mismo ocurre con el deporte profesional. Don Severo Ochoa habría ganado muchísimo dinero si, puesto en el círculo central con una mesa y un microscopio, abarrotase los estadios. Pero su trabajo era de otra naturaleza.
Una vez hecha la apología de la industria del espectáculo deportivo, añadamos otra consideración: es completamente incomprensible que esa industria dependa del Ministerio de Educación y Cultura, en vez del de Industria o el de Comercio. No hay ningún motivo racional confesable que ampare el engaño de hacer creer que la liga profesional de fútbol, por poner el ejemplo más notorio, es una actividad cultural. Es un negocio, un negocio honrado si se desarrolla con honradez, y que debería ser perseguido si se practicase fraudulentamente. En cualquier caso, las leyes deberían regular esta industria como cualquier otra; ni más, ni menos.
¿Por qué no suceden las cosas así? A mi parecer, porque parte del negocio reside en el estímulo de pasiones en las masas de seguidores de tal o cual sociedad dedicada a este negocio. Y los políticos (que son los legisladores y los gobernantes) quieren caer simpáticos a esas masas, que son las que los alimentan.