«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Ni sentido ni sensibilidad

28 de diciembre de 2021

Dicen que una sociedad se juzga por la forma en que trata a los animales. Antes de llegar a tantísima virtud, yo diría que una sociedad se define por su respeto a la dignidad de la vida humana, desde su concepción hasta el último aliento. El primer examen —el de los animales— lo aprobamos de largo, recuerden el episodio de Excalibur; el segundo no estoy tan segura. O sí.

Resulta curioso que el mismo año en el que se ha aprobado la Ley de Eutanasia en España -en un momento en el que la comunidad médica pide más dotación para los cuidados paliativos- se haya modificado nada menos que el Código Civil, la Ley Hipotecaria de Enjuiciamiento Civil y la Ley de Enjuiciamiento Civil para calificar a los animales como seres sintientes. Según el nuevo artículo 333 bis del Código Civil, los animales son seres vivos dotados de sensibilidad.

Este tema de la sensibilidad, tan de moda en estos tiempos en los que se habla incluso de ‘sensibilidad territorial’ -los territorios sienten-, es el que ha llevado a nuestros políticos a legislar de forma lo más acorde posible a la especial sensibilidad que la sociedad ha desarrollado respecto a los animales, que es muchísima. Me parece bien. Somos muchos los que queremos a nuestras mascotas, las cuidamos y las mimamos, pero somos muchos todavía los que apreciamos que la vida humana en cualquiera de sus estadios es superior a la vida animal y observamos atónitos cómo su trato legal es inversamente proporcional al que tienen los animales. Que Phoebe, mi maravillosa westy, me perdone. Por fortuna, mi ser sintiente no sabe leer.

Tendremos que reconocer que lo que subyace en el orden de valores imperante no es otra cosa que nuestro YO sobre todo lo demás

Más de uno pensará que estoy mezclando churras con merinas. No pasa nada. Continúo. Si hacemos un mínimo ejercicio de honradez, nos daremos cuenta de que nuestros supuestos valores se basan en pura hipocresía y tienen sus cimientos en el egoísmo más grosero. La España de la solidaridad, de la empatía, de la cursilería total, se hace cruces con la tauromaquia y el lobo, pero considera el aborto un derecho fundamental de la mujer y, en la práctica, a nuestros mayores como una molestia. Por supuesto, nadie va a reconocer esto último en voz alta, pero si nos remitimos a la experiencia podremos constatar cómo, por ejemplo, el drama producido en las residencias durante la pandemia ha sido utilizado por la mayoría de los políticos más como una herramienta de batalla que como una preocupación real por la dignidad y el sufrimiento de los ancianos. 

La ¿cultura? occidental, remilgada, sensible y exquisita con el vocabulario hasta la náusea para ciertas cosas, se caracteriza por huir del compromiso y el sacrificio. La vejez nos resulta perturbadora. Es el espejo que nos recuerda que somos mortales, que no siempre seremos jóvenes, guapos y ágiles. La mayor demostración de decadencia de nuestra sociedad es el trato displicente que se da a los mayores y la facilidad con que les damos por amortizados. Somos tan idiotas que creemos que no nos pueden aportar nada y, por tanto, no son dignos de nuestro valiosísimo tiempo.

Si abandonamos un ratito la palabrería barata y mitinera, tendremos que reconocer que lo que subyace en el orden de valores imperante no es otra cosa que nuestro YO sobre todo lo demás. No existe nada por encima de mi bienestar. En la mayoría de los casos, un embarazo no deseado se considera tal porque llega en un momento en el que va mal para mi vida profesional, mi relación sentimental, mi momento vital, mi situación económica, mi, mi, mi infinito.

El feto es un quiste o un bebé en función de mis apetencias y conveniencias personales que para eso soy mujer y, por tanto, ser de luz

El Ministerio de Igualdad y su Instituto de las Mujeres, que tiene dinero para asar mil vacas al más puro estilo psoeandaluz, está más interesado en ampliar el mal llamado derecho al aborto y alcanzar el último palmo del territorio patrio con sus chochocharlas y su ideología barata basada la idea de que el hombre es la base de todos los males, que en ayudar a la mujer con dificultades -que las hay- para sacar adelante su embarazo. Vade retro. Nos quieren prohibir incluso sugerir alternativas. El feto es un quiste o un bebé en función de mis apetencias y conveniencias personales que para eso soy mujer y, por tanto, ser de luz. 

Al final, estamos con el comamos y bebamos que mañana moriremos; con el ‘YOLO’ -you only live once-; con el carpe diem. Queremos vivir tanto y tan bien que hemos olvidado lo que de verdad es la vida: tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para abrazarse y tiempo para despedirse.

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