«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

No es la ultraderecha (y lo saben)

3 de julio de 2024

La alarma antifascista es más falsa que una promesa de Sánchez, si cabe. Funcionan como ese pájaro de la Pampa que retratan los versos del Martin Fierro y cuya táctica le gustaba extrapolar a Ortega y Gasset: «Pero hacen como los teros/ para esconder sus niditos:/ en un lao pegan los gritos/ y en otro tienen los güevos». O, hablando de Sánchez, hacen lo de Pedrito: «¡Que viene el lobo, que viene el lobo!», para echar unas risas con el susto de la gente. Hasta que al final no funciona.

Lo de la ultraderecha les ha venido funcionando hasta ahora y es al revés: no les entra el miedo, sino que nos lo meten. Hay una serie de problemas planteados en las sociedades europeas que ya no se pueden negar y que crecen. Por supuesto, la inmigración masiva e ilegal; pero también la multiculturalidad a espuertas, la inseguridad creciente, la desindustrialización, el hundimiento demográfico, la inflación demagógica, el adoctrinamiento woke, la corrupción de las élites y la descomposición de la moral popular, etc.

Si el auge de «la ultraderecha» preocupase de verdad a los partidos clásicos y a los medios mainstream, el remedio sería sencillísimo. Bastaría con solucionar esos problemas que he enumerado. Ni siquiera todos, incluso. Ni completamente. Sobraría con hacer un poder en la dirección adecuada. La gente, en su mayoría, volvería a votar a los partidos con marchamo de respetabilidad a los que han votado siempre, al rebufo de la dichosa superioridad moral de la izquierda. Si votan contra corriente y arrostrando el desprecio de la «opinión publicada» es porque no se les ha dejado otra opción.

Naturalmente que los partidos clásicos podrían atender esas demandas, que son todas de sentido común, y que atendieron con sus políticas hasta no hace mucho. No quieren no sé por qué demonios. Tampoco quieren hacer de ninguna de las maneras algo tan de primero de básica de democracia elemental cómo es oír las demandas de la gente.

Ni atendernos ni escucharnos ni oírnos. Solamente quieren espantarnos con el lobo de Pedrito y los gritos de los teros pampeños. Por eso dicen lo de «la ultraderecha». No es, por tanto, que «la ultraderecha» les dé miedo. Si se lo diese de verdad, atajarían de inmediato los problemas que hacen que la gente vote más y más a los partidos de derecha alternativa. No la votan por «derecha», sino por «alternativa»: la que ofrecen cuando los demás sólo les dan más de lo mismo y desdén si protestan.

En definitiva, les da miedo solucionar los problemas de la gente —no me explico por qué— y quieren dar miedo a la gente hablando de la «ultraderecha», creándoles, de paso, otro problema, siquiera sea de conciencia. Pero la gente ya le tiene más miedo a sus propios problemas que a los juegos de manos y de espejos de la demagogia ajena. Encima, tanto Víktor Orbán como Giorgia Meloni están gobernando sin altercados ni pérdidas de derechos civiles ni de libertades públicas. El lobo de Pedrito ha venido y resulta que era un perro pastor. Eso es lo que está pasando. Es sencillo.

.
Fondo newsletter