«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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No, no nos quieren muertas

26 de noviembre de 2020

Ayer fue el Día Internacional contra la Violencia de Género y se pudo constatar con meridiana claridad que la ideología feminista dominante controla el relato y que muy pocos se atreven a llevarle la contraria. Se ha impuesto su forma de llamar a las cosas y lo que muchos creen que es algo banal e intrascendente no es más que un uso perverso del lenguaje que nos lleva a cambiar el diagnóstico y la forma de combatir un drama.  

No, no es gratuita la diferenciación entre violencia de género y violencia doméstica. 

Cuando se habla de violencia de género, se está diciendo que no mata un hombre con nombre y apellidos, sino que es toda la masculinidad la que asesina a las mujeres de forma sistemática con el objetivo específico de exterminarlas por el simple hecho de ser mujeres. De ahí que se lleguen a utilizar expresiones como genocidio que nada tiene que ver con la realidad. 

“Nos quieren muertas”.  La carga ideológica de esta afirmación es brutal y malévola: el hombre nace predeterminado a la violencia contra la mujer por su propia biología y la ejerce apoyado por el heteropatriacardo estructural que domina toda la sociedad. Tan sólo puede ser redimido de su instinto asesino mediante la ingeniería social que el feminismo liberador propone. Ellos son malos, ellas son buenas. La confrontación entre sexos es un hecho.

Por desgracia, hemos llegado a un grado de degeneración política e institucional de tal calibre que denunciar algo tan obvio -de primero de Derecho- es ser machista.

Denominar la violencia doméstica o intrafamiliar como violencia de género no es baladí; tiene un objetivo —que obedece a razones estrictamente ideológicas— que justifica la existencia de un entramado de chiringuitos e institutos varios con todas sus ramificaciones burocráticas representadas, en última instancia, por el nefasto, caro y tóxico Ministerio de Igualdad.

La perversión del debate llega a tal extremo que a aquellos que planteamos todas estas dudas, prevenciones y disquisiciones sobre la violencia en el ámbito doméstico, se nos llama negacionistas. ¿Negacionistas de qué? Es imposible negar que mueren muchas mujeres a manos de maltratadores; como es imposible negar, aunque se silencie de forma deliberada, que hay mujeres que matan a sus hijos y a sus maridos. 

Negacionismo, ese comodín aplicable a todo lo que no coincide con la verdad oficial y que excluye al que discrepa, al que pretende contemplar asuntos de relevancia desde un punto de vista menos simplista, del debate social y de la llamada comunidad democrática.

Mientras tanto, la eficacia en la lucha contra la violencia intrafamiliar brilla por su ausencia. La Ley Integral contra la Violencia de Género promulgada en 2004 ha demostrado ser una herramienta no sólo injusta, sino también inútil, puesto que conculca el principio de presunción de inocencia del hombre por razón de su sexo, con lo cual debería haber sido declarada inconstitucional desde el primer minuto. Por desgracia, hemos llegado a un grado de degeneración política e institucional de tal calibre que denunciar algo tan obvio -de primero de Derecho- es ser machista. Y negacionista, claro.

Doten a los jueces y a las Fuerzas de Seguridad de medios suficientes para dar una protección real a las personas amenazadas y maltratadas

La LIVG no sólo no ha reducido las muertes, sino que ha propiciado la existencia de denuncias falsas como un medio más de venganza o como un arma para obtener una posición ventajosa dentro de un proceso de divorcio. Ni todos los hombres son asesinos y maltratadores ni todas las mujeres somos seres de luz. Tampoco ha conseguido esta ley proteger a los niños -qué barbaridad- ni a las víctimas de violencia entre parejas del mismo sexo.

¿Por qué se trata esta ley como verdad revelada y no se deroga para hacer una nueva ley justa, eficaz y que proteja a todos los miembros de la familia?

Señores políticos, déjense de verborrea, de chiringuitos feministas que gastan el dinero a espuertas en chochocharlas y demás zarandajas; eliminen ministerios inútiles e ideológicos y empleen los medios de los que dispone el Estado para que las medidas judiciales sean efectivas. Doten a los jueces y a las Fuerzas de Seguridad de medios suficientes para dar una protección real a las personas amenazadas y maltratadas. Abandonen el maniqueísmo y los discursos baratos enjugados en lágrimas y hagan política real. 

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