«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.

¡Oh, la deuda!

2 de octubre de 2013

nda el progrerío paisita y publiqueño excitado con el dato de que el año que viene el Gobierno dedicará más dinero a amortizar deuda que a los ministerios. Lógico. Llevan pidiendo como niños tontos desde hace seis años y digo yo que los prestamistas querrán recuperarlo alguna vez, vamos, que no dejaron todo ese pastizal al cejas y al barbas por amor al arte. O quizá no, quizá ese ahorrador que compró bonos del Estado hace un par de años siente cierto tipo de deuda espiritual con esa funcionaria pitillera de consejería autonómica, ese personaje tan nuestro que echa las mañanas entregada al desayuno y al batallón de cigarrillos marca Nobel que le siguen. Los de El País deben creer esto último, de ahí el escandalito de damisela ofendida por las procacidades de un Don Juan de barrio.

A finales de 2007, cuando las cosas comenzaron a ponerse feas, el Gobierno y todos sus amigos, que por entonces eran muchos, se llenaban la boca con lo de las reservas y el bajo endeudamiento que tenía el Estado. Era cierto. Las vacas gordas habían dejado la caja llena a rebosar, tanto que aquel año de gracia hubo hasta superávit. Zapatero no sabía por qué ingresaba más de lo que gastaba del mismo modo que luego no supo por qué se habían invertido los términos. Se limitaba a contar los caudales que iban entrando para, acto seguido, pulírselos a discreción en pan, circo, ideología y quimeras disparatadas. Daba igual, entraba tanta pasta que los 365 días del año no fueron suficientes para gastárselo todo. En cierto modo, los políticos de la burbuja se encontraron lo más parecido a un cofre lleno de monedas de oro. ¿Qué hicieron con él? Gastárselo, naturalmente, ¿qué otra cosa puede esperarse de una recua de zangolotinos engreídos cuya única habilidad excepcional es la de hablar 14 horas al día por el iPhone mientras se apuñalan entre ellos?

Hoy la caja está vacía, las cajas quebradas y la deuda en máximos históricos. Nada de lo que sorprenderse. En nuestra ingenuidad, en nuestra mansedumbre de pueblo servil hecho a todas las tiranías, entregamos a estas comadrejas vestidas de alpaca la capacidad de endeudarse en nuestro nombre. ¿Haría usted eso con el vecino?, ¿permitiría que el primo aquel tan amigo de los gin-tonics y las timbas de póquer se financiase a su costa? No, ¿verdad?, entonces, dígame, ¿por qué acepta sin rechistar que un semoviente como Zapatero pida dinero por ahí y le ponga a usted como garantía del préstamo?

Porque en el fondo la crisis va de esto. El déficit, la deuda, la prima de riesgo y todas las pesadillas macroeconómicas que nos tienen a mal traer no serían problema alguno si se prohibiese por ley que el Gobierno gastase un solo céntimo más del que ingresa por la vía fiscal. En ese punto no les quedaría otra que o dejar de gastar en el acto o subir los impuestos hasta el infinito, hasta que la economía dejase literalmente de funcionar y se produjese el inevitable colapso. Y eso no sería un escandalito prisaico, sino un escandalazo que se lo llevaría todo consigo.

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