«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Okupas en la casa de la soberanía nacional

4 de marzo de 2016

Cuando una persona deposita su voto en una urna confía sus esperanzas; entrega su intimidad y aplaca las necesidades de su conciencia. No se trata de una acción baladí y me atrevo a pensar que es fruto de una honda reflexión interna, aunque en ocasiones no lo parezca. La decisión final, el acto en sí, debe ser el resultado de la poda responsable; esa que retira la maleza para dejar en la superficie la poca buena hierba plasmada en los escasos justos, que también los hay.

Porque me niego a pensar que no haya políticos honrados (no me refiero sólo a lo económico), de hecho son los más frente a los grupúsculos que infectan con su hedor el buen hacer del abnegado sacrificio. Por esos, por ellos, aún hay gente que vota. Todavía hay personas que creen. Incluso algunos deciden implicarse, precisamente para apartar las manzanas podridas que siguen impregnándolo todo del moho de la indecencia.

 

Aunque sólo hubiera sido por quienes el 20D decidieron dedicar parte de su tiempo a refrendar este sistema de partidos herido de muerte, el comportamiento de los líderes que ofrecieron su cara en las papeletas debería haber sido otro. Su irresponsabilidad manifiesta e insultante desde que terminó el recuento, genera irritación y desidia en los encargados de legitimar la continuidad de sus señorías en el nuevo emplazamiento carnavalesco. Porque eso es hoy el parlamento. Tanto en su comportamiento como en la forma de llegar a acuerdos, el Congreso se ha convertido en un circo el que se han reemplazado los gladiadores por timoratos “constitucionalistas” y a los leones por pendencieros neocomunistas ávidos de yugulares desubicadas.

 

Me niego a comulgar con ruedas de molino al son de lo que hoy es blanco mañana pueda ser negro. El candidato que se presenta a unas elecciones debe sentar ciertas bases inamovibles. El elector clama por tener la seguridad de que lo que vota jamás oscilará en el péndulo del interés personal. Necesita tener la certeza de que las esperanzas depositadas, esas que mencionaba al principio, no serán utilizadas en cambalaches torticeros.

 

En el horizonte, a pesar de que existe margen de acuerdo para investir a Pedro Sánchez, la posibilidad de una nueva convocatoria electoral. Desde octubre de 2014 vengo diciendo que Podemos marcaría el ritmo de la II Transición. Lo sigue haciendo. Y cuando pierde relevancia pega un nuevo tirón y la atención se vuelve a centrar en ellos. Porque puede hacerlo. Porque sabe hacerlo. Porque carece de la vergüenza y del carácter asustadizo de las arcaicas formaciones, que bailan sus pies con las teclas de la revolución. Porque no tienen inconveniente en anteponer la ideología a cualquier otra cuestión prescindible. Porque comprenden que los sentimientos y las emociones son los que mueven una nación. Y así les ha ido.

 

Lo que resulte de una hipotética nueva convocatoria electoral debe ser la respuesta a un mal comportamiento. Debemos darnos cuenta de que los ocupantes del Congreso son en realidad precaristas que abusan de confianzas traicionadas sistemáticamente, que en modo alguno deben seguir siendo premiadas por nuestra actitud connivente. Si esos okupas de la casa de la soberanía nacional son incapaces de comprometerse con nosotros a través de la palabra dada, ¿por qué debemos acudir de forma aborregada a su llamamiento para aprobar sin rechistar su permanencia en el hemiciclo?                      

 

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