«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Del Papa Francisco, Trump, mi abuelo y San Juan Pablo II

15 de noviembre de 2016

Ante una pregunta del periodista Eugenio Scalfari (para La Repubblica), Su Santidad el Papa Francisco ha declarado que “Si acaso son los comunistas quienes piensan como los cristianos”. La conversación partía de la base de que marxistas y comunistas hablaban de la igualdad para crear su tipo de sociedad, y en concreto le preguntó “¿Usted también se refiere a una sociedad de tipo marxista?”. La respuesta me ha dejado tan triste como indiferente, si es que ese sentimiento se puede explicar con palabras.

Su Santidad me ha dejado triste porque estas declaraciones han sido la gota que colma el vaso de muchas concesiones a unos y críticas a otros, por parte de quien debe entender a la humanidad como seres bondadosos en su naturaleza pero necesitados de guía y de comprensión.

Su Santidad el Papa Francisco se refiere siempre a los ricos como los malos, mientras que los pobres son buenos por definición. Todos son hijos de Dios y todos deben ser guiados y queridos, pero si son ricos no, porque están cerrando los ojos ante los males del mundo. Este Papa no se da cuenta de que la salvación de los pobres parte necesariamente de la acción de los ricos, es más, muchos ricos están llevando acabo labores humanitarias que suponen cientos de miles de millones de euros. Lo digo yo, que de rico tengo poco, pero cualquier persona con un mínimo grado de sentido común sabría que las acciones de mecenazgo, las labores altruistas y la ayuda humanitaria, muchas veces nacen de las donaciones. ¿Es justo atacar siempre a los ricos?.

La Gaceta es el único diario digital en España que ha defendido la victoria del ya Presidente electo de los Estados Unidos, eso es algo que no le podemos negar al Grupo Intereconomía. Yo mismo escribí la semana pasada dejando claro que ninguno de los dos candidatos me parecía adecuado, por maleducados, manipuladores y agresivos. Pero viendo los enemigos que le iban saliendo a Trump, viendo que defendía la vida y anunciaba medidas contra los que se lucran practicando abortos y viendo que su victoria no ha sido respetada por casi nadie en este país…pues como que a uno le acaba cayendo bien este señor.

Y cómo no, apareció también Su Santidad para dejar claro quienes son los buenos y quienes los malos, a ojos del señor (de los suyos), un Papa que separa entre lo bueno y lo malo pero no como algo intangible o moral, si no señalando con el dedo. Apareció, digo, Su Santidad para dejar claro que Trump es malo y que el mundo es peor con gente como él, concretamente respondió sobre Donald Trump que “no juzgo a los políticos, pero si los sufrimientos que su modo de actuar causa a los pobres y a los excluidos”. Es decir, viene a ser algo como “yo no quiero decir si usted es bueno o malo, pero todo lo que usted hace es malo y ese mal está destruyendo a los buenos”. Bonita forma de decir que Trump no es el diablo, pero actúa de forma endiablada.

Trump y los millones de estadounidenses que le han votado no deben ser hijos de Dios tan respetables como Hillary y sus votantes. Quizá con Hillary Su Santidad habría estado más cómoda, tan cómoda como lo está en presencia de Evo Morales cuando le regala una talla de madera de un Jesús crucificado pero no en una cruz, si no en una hoz y un martillo. O tan cómoda como cuando sonríe al lado de Maduro, pregonando una paz que no existe en Venezuela.

Yo no sé si perderé la fe que me queda o la reforzaré con este episodio tan lamentable, lo que si que tengo claro es que en mis 37 años de vida no he visto personas tan buenas y con tanta razón como Juan Pablo II y como mi abuelo Victoriano Carlos Olmeda Mateo, ambas figuras han moldeado parte de lo que ahora soy y sin duda, de lo que seré.

De mi abuelo aprendí (tras su muerte) que nunca me quiso contar episodio alguno de la Guerra Civil para no mediatizarme, para no meterme cosas en la cabeza que un niño nacido en democracia no tenía que tener. Nunca me habló de su renuncia al Regimiento de Lanceros del Príncipe y su destino a zapadores a petición propia para no tener que matar a nadie en la Guerra. Tampoco me habló de su estancia en un campo de concentración cerca de Chinchón.

De Juan Pablo II aprendí lo que es luchar por unas ideas y la importancia del amor como arma de destrucción masiva contra los dictadores. Juan Pablo II sufrió mucho en su juventud y transformó esas vejaciones en fuerza para conducir al mundo por un camino de libertad.

Me quedo con ese Papa, me quedo con San Juan Pablo II, con sus años de santidad en vida y de ejemplo para los jóvenes. Juan Pablo II Santo, un Papa que hoy nos podrá ayudar a no perder la fe, a continuar el camino de la Iglesia y a aguantar las vejaciones que los comunistas nos aflijan.

Cuando piense en la que representa el Papa en la humanidad cristiana, pensaré siempre en quien ayudó a derribar el muro de Berlín, y nunca en quien me ha llamado comunista. 

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