Tanto las personas en el plano individual como las organizaciones en el colectivo se enfrentan con frecuencia al problema del choque entre la imagen que tienen de sí mismas y la que la realidad les acaba por forjar. Ciudadanos se ve en su propio espejo como una fuerza renovadora, regeneradora, impulsora de reformas decisivas, rectificadora sin rupturas traumáticas de los errores que el desarrollo del sistema del 78 ha ido acumulado durante cuatro décadas, joven, empática, sonriente y arrolladora. Muchos votantes también perciben así al partido naranja y por eso obtuvieron cuarenta escaños el 20D y treinta y dos el 26J. Sin embargo, su comportamiento en la arena política ha sumado a esos elementos positivos, llenos de atractivo y de capacidad movilizadora, otros como la ambigüedad, la fluctuación, la contradicción y la vacilación, que han oscurecido su brillo inicial y lo han situado en una senda descendente tras su irrupción en el Congreso hace seis meses. Por tanto, es urgente que Ciudadanos encuentre su sitio y su papel o se expone a seguir menguando.
La definición como opción de centro tiene sus ventajas, sin duda. Presta capacidad de maniobra tanto a babor como a estribor, elimina aristas y rechazos, y coloca en el punto medio del espectro ideológico, allí donde los sociólogos dicen que se decide el resultado de las elecciones. La batalla se da en el centro, repiten los expertos, quién se gana al centro alcanza el éxito. Por tanto, piensan siempre los centristas, si uno se ubica allí donde se resuelve el conflicto, ganancia segura. Un examen desapasionado de lo que pasa en la práctica, revela que este planteamiento peca de simplista. En primer lugar, el centro está en equilibrio constante resistiendo la tensión de los que le asedian por ambos costados y como no pocas veces los acontecimientos marcan desplazamientos de la opinión hacia uno de los dos extremos, el centro vive en riesgo permanente de ser arrollado. En segundo, el esfuerzo por mantenerse en la equidistancia obliga a la tibieza y a la indefinición en ocasiones en las que el electorado necesita respuestas nítidas y eso castiga al centro haciéndolo aparecer como desdibujado. Y, por último, al producirse coyunturas en las que no hay más remedio que sentar posición clara, la obsesión por permanecer en el centro determina vaivenes que terminan reflejando incoherencia.
Todas estas dificultades han complicado la vida de Ciudadanos desde que se lanzó a la política nacional desbordando su hábitat originario estrictamente catalán. Por ejemplo, su empecinamiento en negarse a aceptar a Rajoy como Presidente del Gobierno, plenamente justificado, por otra parte, ha topado con un mapa parlamentario complejo y una demanda social creciente de un gobierno estable que al final le ha doblegado manchándolo de debilidad.
Asimismo, su actitud hasta cierto punto pasiva en el momento actual, anunciando la abstención, renunciando a entrar en el Ejecutivo y esperando a que Rajoy presente su plan en lugar de condicionar su apoyo a la aceptación de su agenda de reformas, diluye su protagonismo y le rebaja a un rol de testigo inmóvil cuando podría ser un actor influyente.
En definitiva, Ciudadanos cabecea ante un dilema que no consigue resolver: sustituir al PP como gran vertebrador hegemónico del espacio de centro-derecha, pero más limpio, agradable y dinámico, o reemplazar al PSOE en el amplio predio del centro-izquierda, aunque menos bronco, más posmoderno y con estilo europeo septentrional. Si insiste en balancearse en tierra de nadie, su tiempo llegará su fin, como le sucedió al CDS de su admirado Adolfo Suárez.
Es imposible que persista en navegar entre dos aguas y a la hora de adoptar una identidad definitiva de las dos entre las que ahora transita ha de tener muy presente la composición de su base social, que procede mayoritariamente de antiguos votantes del PP, decepcionados por los incumplimientos del programa, por la corrupción y por el abandono de los valores tradicionales del liberalismo conservador que han perpetrado Rajoy y su equipo de tecnócratas, burócratas de partido y profesionales de la supervivencia. Ese es básicamente el apoyo con el que cuenta Albert Rivera y la prueba está en la eficacia del miedo a Podemos como mecanismo de recuperación del PP.
En lugar de acomodarse a regañadientes a la abstención y actuar como modulador de las propuestas de mínimos que haga Rajoy, Rivera debiera haber acudido a la reunión con el Presidente en funciones armado de una potente lista de reformas y de medidas de gobierno y haberse mostrado dispuesto a compartir la responsabilidad de sacar a España del desmayo y la desorientación que padece desde que estalló la crisis en 2008. Dada la legendaria indolencia y la absoluta falta de carisma de Rajoy, un Vicepresidente activo, eficiente y buen comunicador hubiera recogido el fruto de una legislatura de recuperación y puesta punto del país. Ciudadanos todavía está a tiempo de rectificar, salir de su parálisis y tomar en sus manos un destino glorioso que se le está escapando.