«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La pérdida de la inocencia política

6 de octubre de 2014

Hay cuestiones que no por asumidas son menos decepcionantes.  Hay momentos en que al cansancio del despropósito se une el agravio de la desfachatez. Estas últimas semanas, han puesto a prueba el ánimo de los españoles y su confianza en el sistema que tan triunfalmente nos hemos dado en medio de grandes celebraciones.  Estamos descubriendo que “el rey está desnudo” y no solo en sentido metafórico…El tema catalán, ya resulta agotador para una mayoría de ciudadanos que no acaban de entender que en medio de una crisis estructural, estemos perdiendo el tiempo en discutir el articulado de leyes cuando la casa está ardiendo por los cuatro costados, cuando un gobierno se envuelve en una legalidad literal frente a un grupo de románticos y sinvergüenzas, que se envuelven en la bandera para encubrir sus expolios. Los unos inventando historia y los otros pretendiendo que alguien que no respeta la ley la tiene que cumplir. Entretanto la desintegración del estado continúa, más de una ley no se aplica en Cataluña y todavía no les ha pasado nada. La pasividad manifiesta: ¿Por qué iba a ser diferente ahora? Las leyes hay que respetarlas y cumplirlas no jugar con ellas según convenga, cuando se rompen las reglas del juego  hay que asumirlo y cambiar de baraja que es lo que están haciendo los nacionalistas. La postura místico-legal pasiva del actual gobierno es solo comparable a la irresponsabilidad del anterior y a la ingenuidad de los “fundadores del sistema”.  Las consecuencias de una ruptura con Cataluña pueden ser letales para toda España, no se puede hablar de una separación amistosa, los cierres de empresas y la emigración interna sería dramática. Cualquier sombra de recuperación se vería sumergida por un conflicto de consecuencias impredecibles. Razones todas ellas lo suficientemente graves como para declarar una situación de emergencia nacional y adoptar las medidas necesarias.

A este panorama se ha añadido el descubrimiento por parte de la auditoría interna de Bankia, no de los organismos controladores, el asunto de las “tarjetas fantasma”, que presumiblemente fuese una práctica común en muchas cajas de ahorros. Es una palpable manifestación del grado de corrupción a que ha llegado el sistema, al que se suman  tantos otros desde tiempos de Felipe Gonzalez hasta Aznar, Zapatero, Pujol, pues es la “prueba del algodón” de que existe un acuerdo básico entre todas las llamadas fuerzas vivas del sistema: partidos, sindicatos, patronal, organismos de control y pone de manifiesto tristemente el nivel ético de nuestras clases dirigentes y de nuestros mismos ciudadanos. El pueblo, la gente, la masa, los ciudadanos que tienen que vivir, intentarán explotar el sistema lo más posible hasta que quiebre,  llega entonces un momento en que no pueden más y deciden poner su destino en manos de salvadores mesiánicos, en el peor de los casos, o simples dictadores tecnocráticos en el más optimista. A esta situación puede llegarse con violencia o incluso sin ella, pero desde luego con un tremendo perjuicio colectivo. Hay que tomar medidas duras y con urgencia para acallar la ira de los ciudadanos y erradicar el derroche de un sistema que fagocita a sus administrados en beneficio de sí mismo. 

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