«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Políticos, pero no tantos

31 de agosto de 2022

Lo habrán notado. Cada vez hay más jóvenes que quieren dedicarse a la política. En mi infancia, en el Marco de Jerez, el sueño de muchos mayores era trabajar en alguna bodega. Eran empresas con prestigio, velaban paternalmente por sus trabajadores y éstos se sentían orgullosos de los productos de su compañía, como es natural. En mi juventud, el sueño predilecto viró a ser funcionarios: trabajo fijo no extenuante. La política, ahora se ha convertido en la aspiración preponderante de demasiados jóvenes.

Aunque también existe una motivación loable que loaremos luego, en estos casos, el gen egoísta de la gente no suele equivocarse. Hoy por hoy, la política es una de las primeras industrias de este país, por el número de empleados entre cargos de libre designación en las múltiples administraciones y cargos internos en los arborescentes organigramas, por los sueldos altos, por las posibilidades de ascender, por la relevancia mediática (descartado el fútbol tras la primera infancia), por los trabajos giratorios de después y por su ramillete de privilegios (chófer, dietas, asesores…) impensable en el sector privado.

Que la política se baraje, junto a la función pública, como una salida profesional muy apetecible tiene razones crematísticas, pero también otra: hay escasez de salidas profesionales atractivas

Esa preponderancia de la política puede observarse también en la cantidad de series televisivas y películas que tratan sobre la cuestión, desde la descarnada House of Cards hasta la encarnada Borgen, sin olvidarnos de la incardinada en El ala Oeste de la Casa Blanca ni de la encarnizada Juego de Tronos, que tiene mucha acción, sí, pero también bastante retórica política. En la precuela de moda, La casa del dragón, hay una imagen política muy conseguida. Las úlceras que produce el contacto con el trono de hierro, esto es, con el poder, resultan incurables. 

Pero ni siquiera esa advertencia metafórica retrotrae a casi nadie de la concupiscencia de la política. Cuatro o cinco veces, amigos que ven que publico en La Gaceta me han dicho que les encantaría ser senadores o diputados de Vox, en lo que, naturalmente, no tengo ni la más mínima influencia. Sólo una me ha dicho que querría ser columnista de esta estupenda cabecera, donde al menos pude pasarle el nombre a José Antonio Fúster. Me parece significativo, porque, aunque cuatro o cinco no son muchos, sí quintuplican a la otra, y sin contar con quienes lo piensan, pero tienen el sentido común de no pedirme imposibles.

Puede parecer intrascendente, y no lo es. Primero, porque es indicativo de la pobreza productiva o industrial de nuestro país. Que la política se baraje, junto a la función pública, como una salida profesional muy apetecible tiene las razones crematísticas ya mencionadas, pero también otra: hay escasez de salidas profesionales atractivas. Quizá esté exagerando un poco, pero si sirve para que ustedes ponderen este hecho, vale.

No ha terminado de calar, ni siquiera en los mejores, que por el bien común y por el futuro de España se puede hacer muchísimo desde cualquier puesto de trabajo

La segunda razón de la trascendencia de este tic social es más seria, si cabe. Hay que reconocer en muchos casos en quienes sienten esa llamada a la política una pulsión patriótica y unas ganas sinceras de contribuir al bien común. Lo cual es admirable. Pero también un síntoma de que no ha terminado de calar, ni siquiera en los mejores, que por el bien común y por el futuro de España se puede hacer muchísimo desde cualquier puesto de trabajo. Ayer mismo, con este artículo ya escrito, me contaba el multiplicado sacerdote don Álvaro Cárdenas que de adolescente sentía la pulsión de dar un paso al frente por España y que las dos vocaciones que se le presentaban para ello eran la de militar y la de sacerdote. Al final, se impuso la vocación sacerdotal que implica la mejora espiritual de España, que es su mejor defensa y, en último término, la única. Hoy, con casi toda seguridad, sólo se hubiese planteado ser político.

La sociedad necesita, no más, pero sí tanto como políticos eficaces y honrados, sacerdotes incesantes, militares sacrificados, profesores excelentes, escritores talentosos, mecánicos brillantes, funcionarios diligentes, ingenieros del máximo nivel, deportistas ejemplares, artistas inspirados, bodegueros entusiastas, periodistas implacables, etc. Y no hablo de la vida privada (madres únicas, esposos enamorados, padres atentos, hijos ilusionados, etc.) porque esa es una tarea para todos, políticos profesionales incluidos.

Esta semana (…) es el mejor momento para recordar que cualquier trabajo bien hecho es vital

Esta semana en que casi todos nos reintegramos a nuestros trabajos sin campanillas públicas ni carteles electorales es el mejor momento para recordar que cualquier trabajo bien hecho es vital. Tras recordarlo, dos matices. Lejos de mí caer en el tópico de despreciar el de los políticos. Digo que no es más que el de nadie, pero no que sea menos que ninguno, si se hace bien, por las razones altas, con espíritu de servicio.

Tampoco quiero chafar ninguna vocación auténtica, en ese mismo espíritu, con el ímpetu de los ideales nobles. Librémonos de la novelería y de la ambición comodona o de la vanidad del relumbrón, sin duda; y quedémonos con los que quieren empujar en la vida pública. A ésos, desde nuestros puestos de trabajo privados, les agradeceremos muchísimo su labor, faltaría más.

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