«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Poner a parir a los ratones

24 de junio de 2021

A priori, siempre estaré a favor de poner a parir a los ratones. Noé debió dejar fuera del arca a todos los bichos que arrastran su panza por el suelo. Y esto incluye a los ratones, que además portan el famoso pelo de rata, huelen a rata, y se comportan como una maldita rata. Sin embargo, la izquierda ha conseguido lo imposible: que me apiade un poco de ellos por esta vez. Científicos chinos han logrado que un ratón, o sea un macho, dé a luz. Se trata de una cantinela incesante del movimiento transgénero: que los hombres podamos parir. Gracias a Dios, me pilla mayor. Al ratón no le dieron otra opción.

De momento han conseguido provocar el parto en roedores, sí, pero me gustaría detallar –absténganse si acaban de desayunar- de qué manera. Primero unieron quirúrgicamente a un macho y una hembra, ambos pertenecientes al género de las ratas, aunque sin militancia política conocida. La idea era que compartieran sangre. Más tarde trasplantaron un útero al macho, en una horrible y peligrosa operación. Entonces le implantaron embriones en el útero previamente cosido. Y es así como algunas de las crías incrustadas lograron gestarse con éxito –es un decir- y estar listas para un parto que obviamente hubo de hacerse por cesárea, rajando de nuevo al ratón, que terminó la operación hecho un pingajo con puntos, y con una opinión muy mejorable sobre los científicos chinos.

Pronto, muy pronto, habrá lunáticos solicitando que les rajen por cuarenta sitios como al ratón, para convertirse en gestadores portátiles

Pocos días después de este torturador experimento, los chinos publicaron un artículo titulado “Un modelo de ratones para el embarazo masculino”. Sin ánimo de entrar en sesudos debates, a mí esto me parece tan razonable como extirparle el estómago a un rico, justo después de almorzar, e insertárselo a un pobre durante unas horas, para erradicar el hambre de un modo igualitario, progresista, y sin barreras. 

Supongo que la locura de estas bestias no tiene fondo. Cuando los postulados antinaturales de la izquierda, que en materia de género y sexualidad está tan perdida como en todas las demás, se imponen a la fuerza desde las instituciones, tarde o temprano, esas ideas terminan contaminando incluso la actividad científica. Es así como hoy se están dedicando recursos y esfuerzos para salvar las diferencias biológicas –hasta ahora, evidentes- que no permiten al macho quedarse embarazado, obviando lo crucial: que los cuerpos del hombre y la mujer son, a Dios gracias, increíblemente distintos. Oriol Junqueras no es lo mismo que Scarlett Johansson.

En ocasiones el debate bioético llega a extremos tan hediondos del vertedero que apenas quedan cosas que se puedan argumentar sin taparse la nariz

Con todo, me inquieta el calvario por el que han hecho pasar al pobre ratón. Por la mera circunstancia de haber nacido macho. Y sabemos cómo termina esto. Pronto, muy pronto, habrá lunáticos solicitando que les rajen por cuarenta sitios como al ratón, para convertirse en gestadores portátiles, al modo en el que quizá podría hacerlo hasta un oso panda, si se pasa el tiempo suficiente entre científicos del régimen comunista chino. Y después, poco después, China hará obligatorio a sus ciudadanos una redistribución equitativa de los partos, sin importar que los de las mujeres sean naturales, y los de los hombres incluyan el doble descuartizamiento del sujeto, porque alguien encontrará la manera de justificar una deuda histórica del macho a la hembra. Y habrá suficientes idiotas –son legión- asintiendo y diciendo eso de “ya era hora”, “esto es un gran paso” y “queda mucho por hacer”. 

En ocasiones el debate bioético llega a extremos tan hediondos del vertedero que apenas quedan cosas que se puedan argumentar sin taparse la nariz. Quizá por eso, todo lo que me pide el intelecto es aprovechar para hacer una pequeña y discreta declaración de intenciones, respetando rigurosamente el orden constitucional, y acogiéndome a la Convención de Ginebra, a la Carta del Gintonic, y a la Moratoria de la Penúltima: le arrancaré la cabeza al primero que se me acerque sonriente con un útero y un bisturí. Y creo que puedo hacer extensible la amenaza en una continuidad genética de seis o siete generaciones. Lo lamento. Tendréis que probar con otra rata de laboratorio para jugar a las mamás en quirófano, en vuestra lucha mano a mano contra la naturaleza y contra el hombre. Ya ves. Estos científicos comunistas querían ser como dioses. Pero a duras penas llegan a sujetarle el cubata a Satanás.

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