Con el imprescindible y previsible apoyo del PSOE, el Senado de España, presidido por el federalista Ander Gil, ha aceptado el uso de los rótulos «Países Catalanes» y «País Valenciá», expresiones que no figuran en el Estatuto de la Comunidad Valenciana, bajo el argumento de que el veto a las iniciativas que contengan tales expresiones supondría «una medida desproporcionada que coartaría el derecho a la iniciativa parlamentaria de los senadores». Con esta decisión, el partido de Sánchez vuelve a alinearse con las sectas secesionistas y extractivas que se emboscan bajo siglas como PNV, ERC, Bildu y Compromís, habituales usuarios de estas denominaciones que cada vez son empleadas con más frecuencia tanto en las instituciones como en los medios de comunicación plurisubvencionados.
La expresión «Países Catalanes», de resonancias francesas en su origen, comenzó a hacer fortuna en el contexto de la Renaixença catalana, ámbito romántico desde el que dio el salto a algunas publicaciones de carácter histórico reivindicadoras del foralismo. El giro hacia un sentido plenamente político se dio a finales del siglo XIX en ambientes republicanos y federalistas. A José Narciso Roca y Farreras, tenido por uno de los primeros secesionistas catalanes, se deben estas programáticas palabras publicadas en L´Arch de Santa Martí el domingo 18 de abril de 1886:
Unió nacional de las provincias catalanas, de tota Catalunya; simpatía de tots los païssos catalans, d´ensá y d´enllá del Ebro, d´ensá y d´enllá dels Pirineus orientals, fraternitat de tots los pobles de la confederació ibérica de l´antigüetat; emancipació nacional, y vida y drets politichs de Catalunya com poble y patria; renaixensa de Catalunya com nacionalitat ó gent: aixó simbolisa la restauració de Ripoll.
En una España transida de europeísmo unionista, todo conspira para que los Países Catalanes cristalicen, con la consiguiente erradicación del español de la escena oficial
Como es lógico, las actividades secesionistas de Roca, que tuvo entre sus discípulos al racista Sabino Arana, le abrieron las puertas de una prisión muy distinta a la de Lledoners. Sin embargo, sus tesis fueron tomadas por otro egregio federalista, Pi y Margal, en cuyo mausoleo, alzado en el Cementerio Civil de Madrid persiste un epitafio harto incómodo para los federalistas de hogaño: «¡España no habría pedido su imperio colonial de haber seguido sus consejos!». Ya en el siguiente siglo, la miopía de figuras como Ramón Menéndez Pidal dio continuidad a un rótulo que sobrevivió vinculado a cuestiones lingüísticas cuya operatividad política no supieron aquellos hombres de la pluma. El giro político definitivo se dio en los años 60, cuando el valenciano Juan Fuster y Ortells publicó Nosaltres, els valencians. Hijo de un tallista religioso carlista, Fuster, militante de Falange en su juventud, organización con la que rompió tras confesar que había estado «intoxicado por la Dictadura», se escoró hacia posturas que definió como liberales. La obra, muy elogiada por Ernest Lluch, ya volcado en el análisis de las famosas balanzas fiscales que sirvieron de coartada para el lema preferido del clan Pujol y sus cómplices- «España nos roba»-, fue premiada por las instituciones catalanas. En ella se contiene una reveladora afirmación del futuro catalanista previsto por Fuster para los valencianos «de la zona catalana»: los Países Catalanes, en tanto que comunidad suprarregional (sic) donde ha de realizarse su plenitud como «pueblo».
La aprobación de los estatutos de autonomía exigiría hoy una actualización de la cita de Fuster, en la que destaca una alusión inadmisible para el PSOE y sus socios a la condición regional de las piezas que formarían los Países Catalanes. En efecto, si el Estatuto de Autonomía de Cataluña aprobado en 2006 contiene esta afirmación: «El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación», el PP valenciano no quiso ser menos y se apresuró a definir la tierra de Fuster como «nacionalidad histórica», condición a la que Baleares se sumó por idéntica vía estatutaria.
En una España transida de europeísmo unionista, todo conspira para que los Países Catalanes cristalicen, con la consiguiente erradicación del español de la escena oficial y la pérdida de derechos que ello lleva aparejado. La escala territorial de los mismos parece encajar a la perfección en el proyecto eurorregional impulsado desde Bruselas. Para ello, nada mejor que aceptar con naturalidad la expresión, acaso bajo el siempre socorrido pretexto de la apelación a la semántica, «Países Catalanes» dentro de las libérrimas, aunque todos sabemos que unas son más libres que otras, iniciativas parlamentarias que se lleven al Senado.