«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.
Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.

¡Que hay niños!

24 de septiembre de 2023

1996. Parlamento de Cataluña. Julio Ariza, del Partido Popular, decide intervenir en español. Los diputados de CiU, ERC y el partido por la independencia salen indignados del hemiciclo. Uno de ellos, el muy gilipollas Joan Aymerich, grita en catalán desde la puerta de salida muy contrariado: «Así no, por favor, que hay niños, ¡que hay niños!», en alusión a un grupo de escolares que estaban en la grada de invitados ese día.

La prensa del régimen tituló: «La cámara catalana vio alterada su normalidad lingüística». Su normalidad es eso: una sola lengua, un solo pueblo. CiU declaró que hablar en español «había sido una provocación». Un tal Colom esperó en la puerta «para no tener que oír hablar castellano». Y, lo que es peor, el presidente del PP catalán de entonces dijo que esa intervención suponía «un nuevo obstáculo para que su partido pudiera iniciar una etapa de tranquilidad tanto en el Parlament como en la vida política catalana».

Años más tarde, otro dirigente popular, que llegaría a ser ministro, abundó en ese tipo de declaraciones al decir que los diputados de ciudadanos deberían «evitar la provocación y la confrontación lingüística» de hablar en catalán; «sería una impostura y una muestra de oportunismo político que yo en el Parlament me pusiera a hablar castellano»; palabras que, más tarde, tuvo que matizar. A un compañero suyo, Alberto Fernández, se le abucheaba por hablar español en el Parlament.

A los diputados de ciudadanos los llamaban «lingüicidas». Mi querido Albert Rivera debía escuchar de todo menos bonito, y es famosa una imagen en la que un cabreadísimo Pujol amenaza y golpea la mesa de la comisión donde comparecía ante Albert como un Jrushchov catalán de pacotilla. Rivera fue el único valiente que se enfrentó al rey del tres per cent, ante el que incluso los de la CUP hacían genuflexiones y babeaban como los siervos que son. «Quieren acabar con el catalán», decían los que están empeñados en borrar el español. Lingüicidas. Hay que reconocerles habilidad inventando palabros españoles.

Un colaborador de ese vertedero que es tv3, un tal Santi Villa, decía que se habla en español para provocar, para joder, porque es evidente que quienes lo usan sí saben catalán. «Usan la lengua como herramienta para golpear». En esa cadena, Cayetana dio una lección hablando del tema del pinganillo: «No se usa entre españoles. Sería dar a entender que somos extranjeros entre nosotros. Lo cordial es usar la lengua común, pero el nacionalismo es, a menudo, incompatible con la cordialidad».

Cuando a junqueras se le escapaba alguna palabra en español, no pasaba nada, siempre se interpretó como una forma de ganarse el voto de los catalanes de origen inmigrante. Para ellos, eso puede significar Extremadura o Burundi.

La exconsejera de Cultura, María Ángela Villalonga, declaró que en el Parlament se hablaba demasiado español. Esta semana, un grupo de señores y señoras hizo el ridículo, sí. Consiguió hacer en Madrid lo que no permiten que se haga en Barcelona. Pero, sobre todo, se saltó la ley. La presidenta del Congreso actuó primero y legisló después. Es un poco como todo ahora. Das un golpe, robas dinero público y luego legislan, te indultan o se inventan una amnistía. Pero el orden de los factores altera el sumando. Resultado: menos democracia. Todos esos merluzos fingían atender a los proetarras, recogenueces, gallegos, aragoneses, asturianos, valencianos o catalanes a través de unos auriculares que irán usando cada vez menos. VOX puso la imagen del día. El PP volvió a despistar.

Todos hablan español. Casi todos hacen el imbécil y olvidan la cordialidad. Menudo espectáculo para nuestros niños. ¡Así, no!

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