«Deberíamos atacar de vuelta. Deberíamos comprar armas, cócteles molotov y pum. ¿Qué hay que hacer con Vox? Matar. ¿Está mal matar? Sí. A veces no». La joyita que en septiembre de 2021 dio a conocer así sus intenciones para con VOX es Esty Quesada, una joven «creadora de contenido» que se hace llamar en youtube Soy una pringada.
Y no, Esty, tú podrás ser más o menos descarada o sectaria, pero de pringada no tienes nada. Pringados son los bobos que se olvidan de esta lindeza tuya. Los tibios que ignoran las tiernas proclamas de las feministas a su paso por el Congreso de los Diputados: «Madrid será la tumba de Abascal»; «copa menstrual en la boca de Abascal»; «qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar»… Pringados son los que se suben a la ola del escándalo mayúsculo sin darse cuenta de que ejercen así de perfectas marionetas del poderoso titiritero que nos dice qué, en qué grado, durante cuántos días y con cuánta vehemencia nos debe ofender y escandalizar y, también, qué otras cosas se deben pasar por alto.
Digo esto a cuenta del editorial radiofónico que la conductora de la SER Ángels Barceló pronunció la pasada semana sobre las palabras de Santiago Abascal. Había dicho el líder de VOX en una entrevista al diario Clarín —recuerdo la cita exacta porque se ha manipulado tanto que es posible que se olvide— que «Pedro Sánchez es un político que no tiene ningún límite moral (…) Eso le da una ventaja competitiva; habrá un momento dado que el pueblo querrá, querrá colgarlo de los pies, pero hasta ahora eso le ha valido». Abascal dijo eso. Muchos medios, instruidos para actuar a toque de corneta, agrandaron la bola de nieve asegurando que el líder de VOX había ‘amenazado’ a Sánchez, y la señora Barceló protagonizó el triple tirabuzón afirmando sin sonrojarse que VOX -en concreto su secretario general, Ignacio Garriga- repetía la misma tesis: que «al rival político hay que aniquilarlo físicamente, hacerlo desaparecer». Y tan ancha.
He buscado el editorial de Barceló condenando las palabras de la tal pringada, esas en la que sí se expresaba de forma clara y directa un deseo violento: «¿Qué hay que hacer con VOX? Matar». Y he buscado sin suerte.
Pero lo de Barceló no es sorpresa (igual que lo de Rufián, partener de Esty Quesada para su amenaza —esta sí— de odio ideológico, que aprobó las palabras de Esty para luego, tras el escándalo, condenar flojito el exabrupto de la youtuber). Ella, Barceló, está donde está para eso. Para ofenderse con lo que dice su enemigo; para señalar; para sentenciar escándalos y condenas como suma sacerdotisa que es de la corrección política. Para mirar hacia otro lado cuando la violencia —la de verdad; la de los que apedrean en Vallecas y Sestao; la de los que pintan dianas en las caras de políticos; la de los que homenajean a etarras— debe pasar bajo el radar del condenómetro. Y por eso, porque lo de Barceló no es sorpresa, sólo indigna en todo este asunto el seguidismo cobardón y ovejuno de quienes, como se decía antes, le hacen el juego a la izquierda sectaria para que esta no les levante el saludo, no les quite el carné de baile, no les diga que se han salido del redil y que ya no son sus amigos.
Al gran titiritero que conforman políticos y medios de la izquierda hay que reconocerle su buen hacer. Se organiza; se acompasa para tratar de hacer daño al rival político desentendiéndose para ello de toda ética y apego a la verdad. Con eso contamos. Sería de agradecer que los tibios y ovejunos tuvieran, al menos, la delicadeza del silencio.