«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.
Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.

Que no te llamen mataperros

13 de julio de 2023

Escribo estas líneas cuando aún no hace tres horas que han dormido a mi perro y todavía no he quitado de en medio sus platos y su camita porque no me hago a la idea de que no vaya a venir moviendo el rabito a beber o echarse una siesta a mi lado mientras me tomo un café en la cocina. Se llamaba Caníbal porque cuando me lo compré mi padre me dijo en broma que solo podía quedármelo si lo llamaba Caníbal o Godzilla. Aunque Godzilla me hacía más gracia, me pareció que las personas mayores no iban a saber pronunciarlo, así que se quedó con Caníbal, que luego derivó en Cani. Lo sé, un horror. Era un Yorkshire de seis kilos. En sus últimos tiempos, cinco. Caníbal fue toda su vida bastante antipático, cosa que a mi me hacía gracia. Pero yo lo quería mucho porque al fin y al cabo fue mi primer perro, y porque el roce hace el cariño. Y él y yo nos hemos acompañado el uno al otro quince años. Tengo 35, casi la mitad de mi vida. 

Cani se quedó ciego en Navidad. Tenía un soplo en el corazón y habían empezado a salirle tumores, como a todos los perros viejos. Así que yo, con todo el dolor de mi corazón, empecé a buscar opciones para la eutanasia. No era fácil. En todas partes, al no presentar «sufrimiento extremo», me ofrecían como primera opción diferentes tratamientos. Pero yo conocía a mi perro y sabía que no era el de antes. Que sufría. Solo en la última semana, cuando para mi era más que evidente que agonizaba, he tenido que llevarlo al veterinario tres veces hasta que se convencieron de que ya no había más que hacer. Caníbal ya descansa y yo, con el corazón un poquito roto, también.

El año pasado se murió Maru, que fue la niñera de mi madre primero y mía y de mis hermanos después. La queríamos como a otra abuela y cuando se jubiló se quedó viviendo con nosotros, que para eso éramos su familia. Tenía casi 90 años y un cáncer que no le encontraron a tiempo. Nos hizo muy felices poder estar con ella en sus últimos días, pero ocurrió algo que nos dejó helados, y que, ahora que doy vueltas a los últimos meses de Cani, me hiela la sangre. Estando en un hospital privado ingresada, al ver que estaba invadida y no tenía sentido tratarla más pero viendo que era posible que aún viviera meses, la médico que seguía su caso le dijo a mi madre que tenía que darle el alta, o que «podía dormirla, que no tenía inconveniente«. Mi madre, evidentemente, sí lo tenía. 

A algunos les resultará extraño que esté escribiendo en contra de la eutanasia cuando hace unas horas estaba empeñada en aplicársela a mi perro. Hay mucha gente que no distingue la trascendencia que tiene la vida humana y que no tienen todas las demás. No es mi caso, afortunadamente. Por eso, me produce una profundísima pena el balance que nos deja el paso de Pedro Sánchez por el gobierno. En España, como en la mayoría de países «civilizados», ya es muchísimo más fácil matar a una persona que a un perro. A nuestro gobierno no le importa que les vote Txapote, siempre y cuando no se cante en San Fermín, pero no quiere que nadie lo llame mataperros. Esa es, para mí, la realidad más difícil de digerir de estos cinco años de pesadilla socialista. Sánchez nos ha equiparado a Holanda. No en control del gasto público. No en que un partido que reúne a todos los damnificados por el Ejecutivo pueda tumbarlo, cosa que aquí sería imposible con esas dos estructuras posfranquistas llamadas PSOE y PP. No. Nunca en lo bueno. Y de lo malo, en lo peor. Holanda se ha convertido en el primer país del mundo sin perros abandonados. Los mayores de 65 años, eso sí, huyen en cuanto se jubilan para no ser caritativamente eutanasiados en cuanto se rompan una cadera. A eso vamos. En eso estamos. Yo preferiría tener sobre mi conciencia la desaparición de los fondos Next Generation europeos, el voto de Txapote y compañía o incluso la ley de «sólo sí es sí» antes que una condena de muerte social como la que ha supuesto la ley de eutanasia de Sánchez. Pero claro, para eso hay que tener conciencia. 

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