«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Quince aƱos sin Urquijo

14 de noviembre de 2014

Era de madrugada, muy tarde, y hace ya muchĆ­simo tiempo. Enrique Urquijo alternaba canciones con cabezadas de sueƱo en lady Pepa, un garito desclasado de MalasaƱa con vocación de museo de la bohemia, muy cerca de donde mĆ”s tarde aparecerĆ­a su cuerpo. Ɖramos sólo cuatro, mĆ”s Isaac, que ponĆ­a las copas, siempre demasiadas. Con insistencia pueril, me esforzaba yo en despertar a Urquijo, en plan brasa permanente, por miedo a que se acabase la noche, para huir de los versos de Carlos Marzal que ya se asomaban a esa hora, ā€œla fiesta se ha acabado,/ y aquĆ­ viene la luz, la vieja hienaā€. TodavĆ­a se despertó una vez mĆ”s la voz de los secretos, regalĆ”ndonos una prórroga de corridos y rancheras, que al final parecĆ­a estar en ese tono mĆ”s a gusto que en ninguno. QuizĆ” porque es la mĆŗsica mejicana de los desperados, la misma que debĆ­a gustarle a Billy el NiƱo, y porque en Urquijo -al menos en sus ojos- habĆ­a algo de pistolero adolescente, de los que se han sumergido demasiado pronto en pozos a los que nadie debiera siquiera asomarse. Cantó luego AgĆ”rrate a mĆ­ MarĆ­a, y despuĆ©s Un Mundo raro, y es verdad que el mundo de fuera, donde ya estaba amaneciendo, parecĆ­a un sitio extraƱƭsimo, incapaz de comprender los acordes mĆ”s sencillos.

Las canciones de Urquijo, como las de Antonio Vega, forman la banda sonora de un par de generaciones, y no es casualidad ese final prematuro de ambos, triste como sus pinturas de la realidad, que a veces parecƭan dos huƩrfanos de Dickens.

Es probable que ese chute de melancolía musical y de vacíos generacionales, a pesar de su calidad, no fuera especialmente beneficioso y sano para nuestras adolescencias alargadas. Dice Gomez DÔvila que de los bajos fondos de la vida no se vuelve mÔs sabio, sino mÔs sucio. Pero en fin, tampoco vamos ahora a replantear nuestra educación sentimental, que tuvo sus motivos, aunque ya no los recuerdo.

Urquijo se quedó completamente dormido, justo debajo de un cartel asquerosillo en el que ponía Drogas no, y junto a una foto John Wayne portando un winchester que Isaac nunca quiso regalarme. Yo me fui casa huyendo de las hienas, tarareando una novela que no me salía de la cabeza, porque había estado sobre nosotros toda la noche. Al final la escribí, se llama La calle de la luna y prometo no volver a hablar de ella, pero es que ahora, quince años después de la muerte de Enrique Urquijo, me sigue doliendo no haber podido regalÔrsela.

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