Los politólogos y sus imitadores, que tanto cacarean en la prensa, en la cátedra y en las tertulias de la tele y de la radio, no suelen reparar en dos rarezas de la política que sólo sobreviven en el ámbito del mundo ibérico: la ideología de izquierdas y las dictaduras.
En cuanto a la primera, sólo en España y en algunos países de Iberoamérica (Cuba, Venezuela, Méjico, Argentina, Nicaragua, Bolivia… Ya veremos lo que el próximo domingo pasa en Perú) ostentan actualmente el poder partidos que aún se acogen a tan obsoleta ideología. Lincoln tenía razón: es posible engañar a muchos durante mucho tiempo, pero no lo es engañar a todos durante todo el tiempo. La izquierda, cuando gobierna, sólo trae miseria económica y moral a los gobernados. La pobreza, en alas del terrorismo fiscal y de las nacionalizaciones, se extiende, la injusticia se eleva a razón de estado y la libertad se extingue. Eso es así, y punto. A la vista está. Obras son amores. No es menester debatirlo. La gente se ha dado cuenta y ha vuelto la espalda en todas partes, menos en los países mencionados, a los partidos de izquierda. Cierto es que China, Vietnam y Laos se llaman a sí mismos comunistas, pero eso es sólo nomenclatura, disfraz y truco, pues a capitalistas no los gana nadie, como capitalista, rayano en el culto de la plutocracia, es el partido demócrata de Estados Unidos y el gobierno de ese hipócrita senil que se llama Biden. Quizá, como excepción que confirma la regla, quede en el África subsahariana algún gobernante chalado que finja ser de izquierdas. La verdad es que no lo sé. Dejo la averiguación a los africanistas.
¿Por qué ese leitmotiv de la narrativa, el del dictador latinoamericano, ha dado tanto fruto literario y sigue existiendo allí, en la vida real, extramuros de la literatura?
Lo que yo me pregunto, a cuento de esta rareza, es por qué la izquierda sólo llega al poder, de cuando en cuando, en países cuya lengua madre es el español. ¡Ah, bueno! Y en Portugal, donde al fin y al cabo hablan una lengua que es española, porque también se habla en Galicia. ¿Será por eso por lo que Feijóo tira a izquierdista socialdemócrata disfrazado, como el presidente de su partido, de cordero liberal? Pero eso es otra historia.
Dejémosla, por el momento, ahí y vamos con la segunda rareza política de la Iberosfera: la de las dictaduras. Éstas, recurrentes en esa zona del mundo hasta el extremo de haber dado pie a todo un género literario, son mucho menos abundantes en el resto del planeta. Lo fueron, es verdad, cuando Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Mao, Ho Chi Min y Pol Pot, entre otros de menor cuantía aunque de pareja crueldad, trinchaban el pavo del poder en sus respectivos países, pero la figura paradigmática del dictador sólo cuajó en el ámbito de la literatura escrita en castellano. Fue el Tirano Banderas de Valle-Inclán quien suministró el modelo y sentó las bases de ese género, y ya luego vinieron Miguel Ángel Asturias (El señor Presidente), Alejo Carpentier (El recurso del método), Roa Bastos (Yo el Supremo), Mario Vargas Llosa (Conversación en la catedral y La fiesta del chivo), Tomás Eloy Martínez (La novela de Perón), Isabel Allende (De amor y de sombra) e incluso, en francés, Drieu La Rochelle (L’homme à cheval), además de los que no menciono, que son bastantes. Y, de nuevo, formulo la misma pregunta: ¿por qué ese icono, ese leitmotiv de la narrativa, el del dictador latinoamericano, ha dado tanto fruto literario y sigue existiendo allí, en la vida real, extramuros de la literatura? ¿Alienta en el fondo de nuestra herencia y en el trasfondo de nuestra cultura, o de lo que sea, así sea el mismísimo ADN de mis paisanos, una bacteria misteriosa, un microorganismo maléfico, una especie de coronavirus capaz de transmitir por encima de los mares y de los siglos la semilla de la izquierda y el gen de las dictaduras?
Motivos hay para pensarlo… El gobierno de Pedro Sánchez, por ejemplo. Pero es sólo, por mi parte, una pregunta a la que sólo la historia puede responder.
Y lo hará. En ello andamos.