Ochenta años después del Holocausto, asesinos vestidos de negro sacaban de sus hogares a ancianos, mujeres y niños judíos, los ejecutaban y exhibían sus cadáveres en las calles. En palabras de Victor Davis Hanson, lo que vimos en Israel este fin de semana fue lo más nazi desde los nazis y, sin embargo, quienes se han dedicado a perseguir el nazismo, a ver nazismo en todo, decidieron comenzar a poner matices, a nublar la vista, a señalar en varias direcciones. Hay una gran parte de la izquierda, todo un show business, que se dedica a la industria del avistamiento de nazis hasta que los nazis aparecen y entonces se ponen a silbar. Todo es extrema derecha y rebrote del fascismo y del nazismo, pero cuando se organiza un pogromo en Israel deciden ensayar la bizquera moral.
No es gente seria, no es gente decente. No es gente con la que se pueda hacer gran cosa, pero son legión y televisión.
Visto esto, y aprovechando el losantismo neuronal de su parroquia (los silogismos instalados) Feijoo ha corrido a hacer la regla de tres y señalar equidistancia gubernamental con Hamás, un exceso para quien nos iba a traer la política de adultos. Ya tendríamos así el Clásico, el Barça-Madrí: de un lado, el sanchismo hamasiano, de otro, la derecha liberalia proisraelí, guardiana de Occidente (¡un Occidente de Libres e Iguales!). Unos llaman nazi a todo el mundo, los otros son más finos y señalan trazas de antisemitismo en el discurso. Para el liberalio, mecánico y jetoncio, mamónico y mamífero, jugar a estas cosas ofrece el mayor prestigio intelectual y ennoblece su amor al vil metal. Creen recibir así algo del fulgor moral del alma judía.
Pero no deberían ir tan rápido. En primer lugar, porque en su condena, tan justa, por momentos ha llegado a asomar una deriva casi genocida. Una sorprendente fraseología civilizacional. En el extranjero, el cargante Jordan Peterson pedía a Netanyahu que los mandara al infierno. La idea subyacente es bombardear Gaza, borrarlo todo del mapa. Pero estas posiciones, «el lado correcto de la historia», a veces no guardan las debidas proporciones. Tampoco explican su reciente olvido de Armenia, exterminio que no les permite, como si sucede con Israel o la justa causa democrática otanera, jugar a ser otros. Disfrazarse por un día. ¿Acaso los muertos por terrorismo sufridos en España disculparon alguna vez un endurecimiento de la respuesta? Los centristas y centroderechistas se toman con Israel unas vacaciones de su demoliberalismo, de su infinita paciencia con el Estado liberal. Incluso el nacionalismo deja de ser tan malo. La palabra clave es «existencial». Hay pueblos que pueden tener bomba atómica, hay pueblos que pueden invocar el peligro existencial.
Pero hay más. Olvidan su propia responsabilidad. ¿Recuerdan lo malo para el mundo que iba a ser Trump? ¡Traería el fascismo! Ahora gobiernan los buenos, Biden y los demócratas listos, y el mundo está como está. ¿Tiene alguna responsabilidad la política exterior de Biden en los ataques a Israel? ¿Serán capaces de reconocerla los mismos que la han negado en Ucrania? Los halcones ya toman posiciones. O posición, pues siempre es la misma. Lindsey Graham señala con su dedo rosado un punto en el mapa; y ya se escucha el gañido: Irán, Irán, Irán…