«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Escritora y artista hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vérmeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.
Escritora y artista hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vérmeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.

Reiniciación a la nada

12 de febrero de 2023

Leo en ABC que una universidad holandesa canceló la representación de la legendaria obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, porque solo contiene personajes masculinos. 

Y, la noticia sigue, como si nada: «La Universidad de Groningen determina como ataque de género que Samuel Beckett no incluyera mujeres ni personajes transgénero en el reparto de su obra cumbre. En su testamento exigió que sus personajes sean solamente interpretados por hombres…«

A Samuel Beckett lo conocí brevemente, como bien cuento en mi más reciente libro La intensa vida, una tarde en el Jardín de Luxemburgo, en París. Fue un encuentro memorable sobre todo para mí, que marcó mi vida y mi obra, aunque esta última fue marcada mucho más por los libros de este autor irlandés. Al ser Beckett uno de mis autores predilectos no puedo sentir más que ira mezclada con una impotencia incontenibles. No tristeza, de ninguna manera tristeza ni amargura. Hace tiempo que me esperaba estos insoportables desmanes del popolo, en general. Si lo han hecho con Shakespeare, qué podía esperar Beckett.

Tal y como manifiesta el periódico, Beckett dejó muy claro que los personajes de Esperando a Godot solamente podían ser interpretados por hombres, lo que me parece muy bien; más que bien, resulta muy justo, además de que al ser el autor se debieran respetar sus deseos y no imponer criterios que en nada atañen al contenido de la obra y a los principios literarios y morales del autor.

También quiero dejar muy claro que, salvando las grandes distancias, si un día alguien intenta representar mis obras, que se respeten mis elecciones sexuales y que los personajes femeninos sean interpretados por mujeres y los masculinos por hombres, porque así los conocí a través de mi imaginación, y no existe mayor atentado contra la obra de un escritor que cuando se desfiguran sus propósitos y se la ataca en pleno corazón al núcleo esencial de su imaginario. Me da igual que se piense lo que se piense y que se diga lo que se diga, pero esos son mis deseos más potentes, por lo que dejaré por escrito que se respeten a rajatabla. Porque también he escrito personajes homosexuales que sólo podrán ser actuados por actores homosexuales, ahí su derecho y el mío, a dejar claro que no los describí como homosexuales solamente debido a su sexualidad, sino también a sus valores como seres humanos específicos de una época.

Jamás he tenido un problema personal con ninguna persona que haya elegido una forma de vivir otra o ajena a la sexualidad con la que vino al mundo, como supongo que tampoco lo tuvo Beckett, tan concentrado como vivía en su misión en esta vida: escribir libros. 

Beckett jamás le faltó el respeto a nadie, y precisamente por respeto a sus lectores y al público de los teatros y cines es que pensó en el respeto que se le debe a sus personajes, sobre todo en un futuro en el que él ya no estuviera aquí para defenderlos. Así debe ser, o debiera… Sin embargo, vivimos en un mundo cada vez más intolerante, dictatorial, e imprevisible. Esto sí que entristece y amarga.

Si estas personas, enfermas de espíritu e ignorantes, no pueden aceptar a los personajes de Samuel Beckett tal como fueron concebidos sujetos al deseo del escritor en una obra que es un clásico de la literatura universal pues que se vayan a freír espárragos, pero como sé que no lo harán, mejor que no toquen ni ensucien más a los escritores que vivieron y escribieron por la libertad, para la de todos, incluidos ellos, y para crear y recrear la belleza.

Releyendo hoy a otro de mis grandes amores literarios, Emil Michel Cioran, me digo que estamos en ese momento tan terrible por el que ya hemos pasado algunos de nosotros, en el que frente al desastre sólo queda la “iniciación a la nada”. En mi caso ya voy por varias reiniciaciones; y, por lo que veo, no sólo sigue yendo para largo, además creo que viviré hasta los últimos días de mi existencia en un infinito período de reiniciación a la nada.

No hay salida sino es, ante la reiterativa y perenne herida bestial de la censura y la negación, echar mano y colocar como escudo esa abrupta fatiga, “sana”, vital que procure otro tipo de movimiento sorpresivo y audaz hacia la risotada, la burla, el desdén que alivia desde la sabiduría en camino a otro conocimiento, casi feliz. 

“Lo real me da asma”, escribió también Cioran. Cómo no comprenderlo, aquejada de asma real sé lo que su frase plena de ciencia y poesía nos quiere dejar entrever. Escribí una novela, también imbuida por la lectura de Cioran, en la que el personaje principal se sentía una “irreal”, en aquella Habana irreverente de los años ochenta. Es una novela tan hermética, también influenciada por la autocensura que la censura real obligaba, que hoy cuando la releo no entiendo la mitad de lo que quise decir, o el personaje a través de mi debió expresar. Recuerdo que mientras la escribía a pocos pasos del mar revuelto cercado por el muro del Malecón no cesaba de darme fututazos o bocanadas de aquel aparatico de asma antediluviano que vendían en las farmacias cubanas.

Sólo tecleaba en la vieja Remington y luego salía a caminar sin rumbo, porque lo que anhelaba con todas mis fuerzas no era precisamente terminar con veinte años mi primera novela, sellarla con una frase final, sino fatigarme físicamente hasta la extenuación, hasta el último de los cansancios, hasta la muerte. Todavía hoy camino por París con ese firme propósito: el de morir al menos riendo.

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