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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Al rescate de los políticos

23 de octubre de 2013

Si tuviésemos que inventarnos un apellido entre vasco e inglés, tendría que ser, inevitablemente, Innerarity, que es el que gasta Daniel (llano o agudo), escritor de El País. Habla de “La política en medio de la austeridad”, que así se llama su artículo, escrito en tono de genio que logra cuadrar el círculo. La política, que es el arte de repartir lo ajeno, es más fácil cuando la economía crece. Tampoco hay que ser visitante de la LSE para saberlo. Pero Daniel pone su acervo al servicio de todos sobre el espinoso asunto del modo de repartir o hacer como cuando no hay tanto.

Izquierda y derecha no quedan ya ni las del espectador, nos dice Daniel. “Nadie aboga por el dirigismo económico ni por los mercados completamente desregulados”, y lo que tenemos es una masa gris, de distintos tonos, y con unos perfiles inextricables, por lo que aquél conflicto en el que unos sabíamos que éramos buenos y vosotros erais o deberíais saber que sois los malos, ya no está tan claro. La trinchera se ha cubierto con hormigón, y eso ha dejado a más de uno desnortado, como con una singularidad interna, una inner rarity que también se dice, desasosegante. Pero para eso está el diario El País, para el sosiego que produce la reparación moral del “yo ya lo dije”.

Y lo que dice Daniel es que la brújula del odio no para de dar vueltas, y necesitamos nuevos referentes para saber dónde estamos o dónde deberíamos estar. Y, en un segundo objetivo no menos importante, “la repolitización de nuestras sociedades” –¡toma palabro!– que es la recaída del Estado y sus políticos sobre lo que queda de nosotros. Ya nos lo ha advertido antes. La crisis ha hecho que los políticos no cumplan sus promesas con nuestro dinero, y eso ha hecho que la sociedad les rechace. Y no podemos permitir que esto ocurra.

Tres son los referentes, tres, que nos plantea Daniel. El primero, el líder. Que ya no se distingue uno de otro por sus diferencias ideológicas, sino por sus cualidades personales. De modo que aquí tampoco hay mucho que rascar, que no tiene por qué ser más mentiroso o corrupto el de izquierdas que el de derechas. Dos, el conflicto. Antes Daniel los tenía claros, pero sigue con cascotes del muro en los bolsillos, y busca conflictillos a los que asirse. Un camino lo señala él: “Los conflictos de clase se han nacionalizado”, lo cual conduce históricamente al fascismo, camino que, por algún motivo, él no recorre. De modo que habrá que buscarlos en otros pozos de enfrentamiento, como “lo cultural e identitario”, los “estilos de vida, la igualdad de derechos y las libertades” que nos concedan los líderes.
Después de un guiño al 15-M, del que ya nadie se acuerda, Daniel dice que todavía podemos saquear más a los ricos, que a ellos tampoco les importa tanto como se dice: “Podríamos debatir acerca de si la huida de inversores no está interesadamente exagerada”. En definitiva, “a la política le corresponde indagar el ámbito de lo posible y ensancharlo”, para estrecharnos. Aún más.

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