«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Por qué resurge esta añeja hostilidad?

13 de octubre de 2015

Resulta inquietante ver como viejos rencores fruto del más arraigado odio tradicional han ido reapareciendo en la sociedad española en estos últimos tiempos, cuando todos, quizá excesivamente optimistas,  pensábamos que gracias a la reconciliación y a los avances sociales, económicos y políticos este sentimiento había desaparecido.

Esto nos lleva a intentar comprender cuál es la verdadera naturaleza de este sentimiento, así como el donde y como se origina. Sería tranquilizador el pensar que tras el odio se esconde un impulso que responde a un hecho real y explicable lógicamente, por ejemplo, es lógico pensar, aunque no se pueda justificar, el que un hombre que ha vivido oprimido económica y socialmente en unas condiciones lamentables, como un viejo aparcero del campo andaluz, odie al señorito y que en cuanto pueda se revuelva y en venganza lo llegue a matar. Es brutal, cruel y raras veces conduce a nada bueno pero tiene sentido. En sentido contrario, siguiendo con la otra cara del ejemplo, no sería  moralmente comprensible que ese mismo señorito la emprendiera contra el desheredado sin mediar una defensa propia.

Desde esta óptica no es explicable que personas de una generación que ha vivido en una situación de paz e innegable prosperidad generalizada, que personalmente han disfrutado de una situación protegida, incluso, algunos de ellos, hasta privilegiada,  disfrutando pasivamente de una educación y una sanidad, que no han sido ni perseguidos ni mucho menos apaleados por autoridad o dictadura alguna, que se han podido mover y viajar libremente, trabajar en aquello que más les apeteciera según su capacidad,  por mencionar simplemente algunas de las ventajas de haber disfrutado de los beneficios de una sociedad del bienestar, puedan desarrollar ese odio que encierran algunas de las manifestaciones de rechazo visceral y violento, que estamos escuchando últimamente. Manifestaciones  que llegan hasta amenazar de muerte a aquellos que no comulgan con sus ideas revolucionarias.

Para mayor sorpresa esta “santa ira revolucionaria” proviene de unas personas que ni pertenecen a “la famélica legión” ni a “los aceituneros altivos”, ni “a los héroes de las barricadas”  en su mayoría son burgueses ignorantes, buscando notoriedad, cuyo odio ni se explica ni justifica por un anarquismo romántico. Por tanto ese odio, resentimiento y rechazo que llega a querer subvertir el orden establecido hasta el punto de añorar aquello de “arderéis como en el treinta y seis” solo puede explicarse por motivos  de orden personal.

Sería demasiado simple atribuir dicha actitud o postura al viejo axioma freudiano de “rebelión contra el padre”, aunque efectivamente puede que la inmadurez en algunos casos tenga mucho que ver con el problema, pero creo que hay una realidad profunda que nos resistimos a admitir, por lo que entraña de sobrecogedor. Probablemente ese odio, como forma de defensa de la personalidad individual,  subyace en el fondo de más personas de las que nos atrevemos a admitir, es un instinto que solo aflora en algunos momentos, pero que esta agazapado y dispuesto a saltar en situaciones puntuales, y de forma general por ejemplo en las guerras.

Por ello tradicionalmente, salvo en casos de conflicto,  en las sociedades regidas con sensatez se ha procurado reprimir sin paliativos esa letal tendencia del individuo y solo visionarios justicieros y demagogos la han procurado alimentar para sus propios fines y satisfacción de sus instintos destructivos. De ahí la responsabilidad criminal de aquellos que siembran,  revuelven y provocan la floración de tales instintos, e igualmente responsables, por negligencia, son  aquellos que coquetean con ello por si les puede favorecer, y viendo el peligro que dicha deriva entraña no intervienen para detenerla .  

Se nos dirá que las amenazas de estas personas no pasen de ser simples declaraciones para impresionar, que realmente esta gente sería incapaz de llevar a cabo tales amenazas… Por desgracia así se empieza, no hay más que repasar la historia.  Lo verdaderamente grave es que por alcanzar un poder pasajero, por ello doblemente irresponsables, son aquellas personas que dentro del socialismo español, aquellos que precisamente deberían tener presente  esa memoria de la que tanto presumen, apoyan semejantes posturas

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