La moción ha revelado que existe una España real y una España política, muy distanciadas, pavorosamente distanciadas. Aquel grito de «no nos representan» pocas veces tuvo tanto significado. Hoy nuestros representantes hablan, o más bien aúllan, pero sólo para sus seguidores acérrimos. Vivimos una época en la que la política consiste en cubrir espacios de tiempo, lo cual la hace insoportable. Discursos largos y huecos, unas maneras muy zafias, hasta en las formas de vestir de nuestros representantes que buscan identificarse con su parroquia. Los rufianes, baldovies, cups y la podemía van uniformados de acuerdo con quienes pretenden representar. Estos políticos renuncian a intentar convencer a los ajenos. Es una política ultradefensiva en la que no se pretende convencer a nadie, sino mantener a las huestes contentas, a los dirigentes de sus formaciones y a los medios que les apoyan. Quizás sea una consecuencia del tribalismo que fomenta la nueva izquierda.
Blair se quejó hace muchos años de la bestial politics, pero achacándosela a los medios de comunicación. Hoy, la política a lo bestia se utiliza para mantener a un electorado de fans. Son, quizás, las formas del fútbol contaminando la actividad más noble que puede tener una sociedad. O a lo peor, puede ser que los políticos crean que es la forma de sintonizar con una sociedad que ha renunciado a leer, a ilustrarse y que sólo se mueve por el último impulso de las redes sociales.
Como antes ocurrió con el nefasto arriolismo, hoy se ha instalado en el PP una versión más infantil que consistiría en que no hay que propiciar que Sánchez ocupe el primer plano, como si no tuviera medios, y caradura, para hacer lo que quiere como hizo durante el Covid con sus insufribles «aló presidente». Este arriolismo de nuevo cuño lo que hace es coartar cualquier aventura o épica política pese a que los ejemplos de Ayuso, y antes de Aguirre, contradijeran esta táctica. Es mucho más cómodo esperar a la llegada del poder, una especie de advenimiento, que ir a buscarlo.
Tamames ha desnudado a una clase política que tiene un nivel ínfimo. Apenas se sostienen en el atril para leer unas intervenciones que son interminables. Y el ejemplar más puntero de esta forma de hacer política es precisamente Pedro Sánchez. Causa sonrojo que la primera autoridad política de España sea incapaz de dar un discurso y se limite a leer lo que sin duda le han escrito otros. Tres horas, tres, estuvo Sánchez leyendo discursos durante la moción. Unos tochos, en palabras de Tamames, que no respondían a nada de lo que se le había planteado. Unos discursos grises, sin ritmo y sin ninguna concesión al humor o a la brillantez. Tres horas sin un solo anuncio más que el absurdo afán de ocupar el tiempo. Ha sido como sufrir una televisión lejana en un bar, un ruido lejano al que nadie presta atención, y de quien nada se recuerda.
En España se discute muy mal. Llevarle la contraria a alguien se acaba convirtiendo en una confrontación personal. Esto no es de ahora, es de casi siempre. Pero este mal se ha exacerbado en los últimos tiempos, y el parlamento es desgraciadamente un fiel reflejo. Urge dar mejores ejemplos de debate como lo intentó el profesor Tamames, con relativo éxito, aunque en la última de las intervenciones consiguió que bajara el tono bronco.
Creo que deberíamos incorporar habilidades para el debate en bachillerato y en la universidad, no estaría mal resucitar unas nociones de tolerancia, retórica y también las sociedades de debate típicas del mundo anglosajón. Nadie escucha, y se embiste más que se habla. La palma de zafiedad y falta de inteligencia se la llevaron sin duda dos vascos, Aitor Esteban y Patxi López cuya actuación, también leídas, fueron lamentables. Hasta hace poco la región vasca era un ejemplo de formación. Debe ser cosa del pasado, si esa es la forma con la que le hablan a su parroquia sus representantes. Espero que sea un signo más de la enorme distancia que hay entre representantes y representados.
Finalmente, una intuición: hasta que llegó Tezanos, las encuestas del CIS arrojaban que uno de los problemas más graves para los españoles eran los políticos. Ello me lleva a sospechar que Tamames, al no ser un político, arrancaba la moción con una enorme ventaja; luego sus discursos y talante han hecho que para muchos fuera el clarísimo vencedor. Si a esta intuición se le une el lío que ha montado Sánchez en su gobierno de coalición alentando la candidatura de Yolanda Díaz difícilmente se puede sostener que ha salido reforzado.